Es
una película muy sólida y otra prueba de cómo el cine coreano ha asumido las
técnicas de Hollywood sin copiarlas, interpretándolas a su manera.
Burning tiene una planificación contundente, un
estilo personal y una habilidad sorprendente para ir desvelando la trama. Es un
drama con estructura de thriller. Un
triángulo (una chica, dos chicos) que se ve como una película de suspense. Lee
Chang-dong dota a esta historia retorcida y turbia de un clima de tensión.
Por
otra parte el director cree que debe mostrar lo muchísimo que sabe en cada
película. Las dos horas y media están totalmente injustificadas, un exceso que
tiene más de virtuosismo narcisista que de fundamento porque, es obvio,
resultan innecesarias. Es un defecto habitual de Chang-dong.
Y,
así, la elegancia con que muestra celos, venganza y lucha de clase, se hace a
la postre algo pesada o, mejor dicho, superflua. Terminas por descubrir que el
director está ensimismado, más preocupado por su habilidad técnica y formal que
por la trama en sí.
De
fondo, también muy propio del cine coreano, ese retrato de una sociedad con
notables carencias éticas que muestra la enorme violencia latente bajo una
superficie de aparente pulcritud.
Burning tiene muchísimas virtudes, pero también
unos pocos defectos que pesan bastante porque se habrían podido evitar
fácilmente.
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