Para
mí siempre es un placer regresar a la comisaría más septentrional
del mundo (con perdón de la ficticia Ennis de True
Detective
que no sabemos dónde está) y reencontrarme con la inspectora Nina
Kautsalo. Cuando acaba una temporada piensas que no la volverás a
ver y, de repente, descubres que ha vuelto.
Coches
autónomos. ¿Qué mejor sitio
para probarlos que un lugar de tan difícil conducción? Nieve,
hielo, lluvia… Y buena
localización
para el espionaje industrial. Y para deshacerte de cadáveres.
Algunas
coincidencias duelen.
Por ejemplo: me gusta cómo se desarrolla la trama del coche perdido,
cómo pasa de mano en mano y, entonces, sucede algo tan torpe como
ese
dron que el chico mueve aleatoriamente. Y también te
saca de la historia lo
fácil que Nina entra y sale del búnker de Pharada con toda la
vigilancia que hay.
Hay
inconsistencias palmarias, tiene fallos, los secundarios no están
necesariamente bien integrados en la trama… Pero me sigue gustando.
Toda esa nieve, esos bosques, esos lugares hostiles a la vida humana
y, sin embargo, con poblaciones que siguen luchando por
desarrollarse. Claro: eso puede ser motivo de corrupción, de mirar
para otro lado si aterriza un negocio, una empresa nueva, un algo de
posible futuro.
Llama
la atención el modo en que tocan el tema del aborto. Tiene mucha
presencia en esta temporada y lo plantean desde un punto de vista
poco frecuente: el conflicto entre aquellos que pudiendo tener hijos
no los quieren y los que no pudiendo sí los desean. Es un enfoque
que apunta a la injusticia social y, en una comunidad tan pequeña
como la de Ivalo, adquiere mucho sentido.
En
fin. No espero que haya otra temporada. Pero… ¿y si sí?
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