30/11/20

Hillbilly, una elegía rural

Amy Adams
quiere un Oscar. Todos lo sabemos. Y ya te digo que no va a ser por esta película por la que se lo den. La fórmula está ahí. Hacer de paleta, buscarte de socia a Glenn Close y que te dirija alguien como Ron Howard. Buscar la América profunda, poner acentazo, cambiar tu registro.
Pero todo suena a falso. Mark Twain, Flannery O’Connor, Tennesse Williams o Harper Lee podrían ser buenas influencias si quieres un Oscar. J.D. Vance no lo es. Recibió críticas de su novela autobiográfica porque un ricachón no puede entender ese mundo empobrecido y rural. Y se nota en la película. No hay sinceridad. Hay una mirada bucólica, sentimentaloide, de baratillo.
Ron Howard ni sabe que estilo elegir. En diez minutos pasamos de Jackson, Kentucky (1997), a Ohio y, de pronto, estamos en Connecticut en 2011, en Yale, con ricos. Y cuando crees que se va a centrar en eso, comienzan los flashback y te preguntas que por qué no se quedó en 1997. Igual te presenta una secuencia cámara en mano (porque se supone que es realista) como opta, sin interrupción, por la cámara lenta (que no significa nada).
Amy Adams se esfuerza, no digo que no. Pero es que el material es malo. Madre soltera, yonqui. Mucho drama encadenado y gritos y peleas. Pero todo suena a mil veces visto y revestido de capas sentimentales e idealizadas. Contada desde el punto de vista del hijo, de cómo salió adelante pese a la desgraciada de su madre, gracias a que él fue a lo suyo, suena a egocentrismo brutal.
Así que no. No es para Oscar. Pero vete tú a saber. Ya sabemos lo raros que son los Oscar. En todo caso yo se lo daría a Glenn Close.

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