Tiene
un mal rollo impresionante, es incómoda de ver, estás todo el tiempo en un
estado de tensión desasosegada, tiene ese toque pegajoso del sabor de los
grillos azucarados y hay escenas tan perturbadoras que te preguntas quién
diablos imaginó eso y qué tiene en la cabeza.
Ese
sería parte de su atractivo y su acierto, pues es lo que sus responsables deseaban.
El inconveniente fundamental es que la verosimilitud acaba por ocuparlo todo.
Una situación tan grotesca no se puede mantener durante tanto tiempo.
Reacciones, comportamientos, giros en los modos de obrar… Excesivo. Algo así
puede mantenerse un tiempo, pero no pueden pasar días y días con el equilibrio
de lo imposible. Los 30 minutos de cada episodio ya parecen demasiados minutos.
En
el capítulo 8, finalmente, empieza a ocurrir lo que la lógica te dice que debió
ocurrir en el capítulo 2 o 3.
Además
el final no satisfará a la mayor parte del público: ninguna respuesta
contestada y apertura total de la historia. Pero ese dejar caminos abiertos
suena más bien a que no tienen ni idea de por dónde tirar en la segunda
temporada. Y que una segunda temporada puede ser como la primera: incompleta y
sin responder preguntas. Y así sucesivamente.
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