Pues
no me puedo quejar. Este arranque de 2020 está siendo muy bueno en lo que a
cine se refiere.
Filmada
en blanco y negro, en pantalla 4:3, resaltando visualmente las texturas,
atmosféricamente claustrofóbica. Dos fareros. El veterano, el novato. Cuatro
semanas a solas.
Muy
cuidada en luces y sombras, en medidos travellings,
en silencios, en el uso del sonido. Lo real pronto se mezcla con lo onírico,
las supersticiones marinas, las leyendas de sirenas, gaviotas agresivas,
maldiciones. Cuando llega la tormenta viene acompañada por las borracheras
permanentes y la progresiva enajenación. Thomas Wake y Ephraim Winslow inician
su proceso de autodestrucción.
Robert Eggers dirige con pulso firme
este descenso a los infiernos del la locura, desde las rutinas iniciales de
trabajo en un faro hasta ese plano final perturbador y terrible. Muy Prometeo.
No
es una película ni para todo público ni para toda sensibilidad. Es cruda,
violenta, desasosegante. Obsesiones, secretos, culpa y tentaciones en el
momento en que estallan. Lo que cuenta no es nuevo y otros lo han contado
mejor, pero tiene personalidad.
Robert
Pattinson
llevaba mucho tiempo en busca de un papel que le liberase de la saga Crepúsculo. Aquí lo consigue por
primera vez en un papel muy exigente. Y, enfrente, un Willen Dafoe
enorme. Apenas hay más actores. Ellos sostienen la trama en ese espacio (tal
vez inexistente) en el que el director los sitúa para enfrentarles a su propio
ser.
Incómoda
de ver pero con un depurado estilo cinematográfico muy de agradecer.
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