Jerry
es soberanista. Se opone al gobierno federal, los bancos, el contrato
social. Hay cosas que nos vienen dadas directamente por Dios. Sólo
el pueblo es soberano. Nadie puede quedarse con tu casa. Nadie te la
ha dado. Es tuya. Jerry y su hijo Joe viajan de pueblo en pueblo
explicándole a la gente cómo defenderse de los abusos del gobierno.
Viene
a ser El proceso de Kafka, pero aterrizado sobre
la realidad americana, la imposibilidad de defenderse porque aunque
la Constitución y las leyes te dan la razón, han quedado obsoletas
bajo un cúmulo de normativas, procedimientos y burocracia. La
estructura es más importante que el contenido. El andamiaje añadido
es lo que sustenta todo, no los principios.
Es
una película laboriosa, ardua. Mucho discurso, poca cinematografía.
Cercana al estilo documental. Chorros de planteamientos sin sustento
de la imagen. No pretende ponerse de parte de nadie y ni siquiera que
reflexionemos. Simplemente que comprendamos las posturas. Pero eso lo
hacemos a los 10 minutos. El resto es insistir en algo sabido.
En
cierto momento entenderemos de modo radical la postura de Jerry: la
bebé Candy. Eso le marcó y le traumatizó para toda la vida.
Nick
Offerman está muy bien en su papel camaleónico. Aparecen por
ahí Dennis Quaid y Martha Plimpton.
La
cuesta abajo, la creciente cabezonería, el odio, sólo pueden
desembocar de una manera trágica. Uno de esos tiroteos demenciales y
sin control de la América enloquecida. Una historia cruda,
desgarradora, a la que le sobra la mitad de su metraje.