Pero el guión es lo suficientemente adictivo como para pasarle por alto los defectos. Son casi dos horas. Y dos horas necesarias. No estiradas. Con muchos nombres, e interrogatorios y deducciones. Dos horas enrevesadas. Inevitablemente pensaremos que si Humphrey Bogart hubiese vivido en la actualidad, en ese instituto, se habría comportado así, con esos mismos vaqueros, con esa misma americana. Hay un aroma a literatura negra y a cine negro. En su vertiente más clásica.
Brick es Cosecha roja. Un detective se infiltra en la mafia y, sembrando cizaña, logra que los malos se maten entre sí. Brick es El halcón maltés. Humphrey, al final, pone a la femme fatale en su sitio sin dejarse seducir por sus encantos. Brick es Muerte entre las flores. No importa las palizas que te den; aunque estés lisiado sigue adelante.
En realidad habría sido un cóctel de otras muchas de no ser por ese detalle simple y rotundo: todo sucede en un instituto. A veces se les va la mano como en las secuencias en que la madre del jefe mafioso les pone leche y galletitas. Un toque Coen que no acaba de salir bien. Pero, por lo general, logra que el submundo turbio del crimen te alcance con su perversidad.
La chica asesinada, además, es Emilie de Ravin (la Claire de Lost).
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