Es
otro ejemplo absurdo de distribución. Se estrenó en cines de España
el 13 de diciembre. Sin publicidad, sin aviso, ¡sin
otros mercados! Recaudó, lógicamente, unos irrisorios 4000 euros.
Luego, a comienzos de este
mes,
se estrenó en Kuwait y Líbano. Y el día 21 la ofrecen en
plataformas en Estados Unidos. Es tan extraño que sé que investigar
más me llevaría mucho tiempo. David
Lynch
no hizo una peli sobre los canales de distribución porque son
demasiado surrealistas.
Dolinski
(Christoph
Waltz)
es un sicario pero ya está mayor, tiene artritis y le han operado de
la mano. Así que le encargan que entrene en el oficio a Wihlborg
(Cooper
Hoffman)
un chaval de la generación Z que no bebe alcohol, evita
carbohidratos y se pinta las uñas. Anata (Lucy
Liu)
les acompaña a un trabajo en Belfast.
Opción
1: rodar una peli de guerra entre mafias. Opción 2: rodar una peli
de colegas con toques de humor. Opción 3: rodar una de acción.
Opción
4: lo
que hace Simon
West
y jugársela. No
aprovecha ninguna de las
primeras
tres cosas (aunque hay un poco de cada) y apuesta
por el drama intimista, las motivaciones de los personajes, por qué
alguien se convierte en sicario, por qué alguien quiere una vida
aburrida, por qué es tan difícil llevar una vida normal.
Rarita.
Arriesga y no le sale bien. Hay buenos diálogos. También hay
personajes y situaciones potencialmente interesantes, pero como no
hay un
estilo definido,
un punto de anclaje fuerte, nunca sabes a qué atenerte. Esos
diálogos reflexivos acerca del sentido de la existencia suenan, cómo
decir, como si fuesen de otra película. Pero lo mismo se podría
decir del drama, la comedia o la acción.
No
me aburrió, advierto, se sigue bien y me hizo estar pendiente de qué
pasaría a continuación. Pero tampoco llegué
a implicarme y
me
dio igual
si vivían
o morían
al final. Cualquier
opción me habría dejado indiferente.
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