Suposición:
no vi la primera temporada en su momento porque la principal
impronta que recibí fue la palabra “abogado”. Certeza: me he
puesto con ella cuando he leído “espías de la CIA”.
Owen
es un joven insensato que entra a trabajar como abogado en la CIA. En
menos de una semana ha recibido una citación del Senado, le han
arrancado las uñas en Yemen, le han disparado, le ha explotado una
bolsa con ácido en Phoenix y está jugando un peligroso juego con
una mujer encarcelada. Y duerme poco.
Y,
además, es una serie muy graciosa.
Buenos
personajes, trama tal vez demasiado compleja para lo que tiene que
contar, con ritmo, divertida y, sobre todo, un tono, un estilo, un
aroma especial que no le he visto a ninguna otra serie de espías.
Como si estuviésemos en un piso de universitarios descerebrados que
deciden el destino del mundo. Tal vez se acerca tangencialmente a
Killing Eve.
Me
gusta, muchísimo, el personaje de Janus, ese abogado a punto de
tener un infarto en cada segundo. Me gustó en la primera temporada
sin apenas protagonismo y cuando tuvo más relieve en la segunda se
convirtió en un personaje cómico fascinante.
Él
acompaña a Owen (y al espectador) a Corea del Sur. A Owen le pasan
cosas. Pero, reconozcámoslo: un poquito sí que se lo busca. Existe
cierto nivel de chulería que no conviene sobrepasar. Y él no hace
caso a esa línea. La unión de actores americanos y coreanos les ha
salido redonda.
Y
lo más interesante, un tema que no había aparecido (que yo sepa) en
series y películas, algo en lo que nunca me había parado a pensar,
algo que probablemente pocos inversores han considerado: las
criptomonedas rastreables.
Lo
más débil: en la segunda temporada ya vale casi todo. Lo que la
hace muy divertida pero pienso que llega a resentirse la trama un
poco.
¡Ah!
Y Nathan
Fillion
aparece de cuando en cuando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario