Noche
electoral en
Boston.
El alcalde celebrará una fiesta, momento en que recogerá
“donaciones” de todo aquel que quiera una ayudita durante los
próximos cuatro años. Un montón de dinero tentador para quien se
atreva a robarlo.
Ya
le ha pasado otras veces a Doug Liman: no sabe si imitar el
estilo duro de Scorsese o el estilo bromista de Woody
Allen. ¿Uno de los nuestros o Granujas
de medio pelo? Y va saltando de uno a otro. No consigue ser
ninguno ni tener su propio estilo. En esa irregularidad toca el
absurdo.
Ahí
es cuando empieza a gustarme. No debería, pero lo hace. Es tan
desastrosa que me hace gracia. La persecución en el coche no tiene
ningún sentido, pero una vez que estás ahí, me divierte mucho. Lo
de los bomberos también es estúpido pero ya que estamos…
Le
veo todos los agujeros a una trama que simplemente tira hacia
adelante, sin pararse un segundo a pensar que ni las propias tramas ni los
personajes ni las situaciones tienen un propósito. Y, sin embargo,
veo esa apuesta de Liman por el caos y el sinsentido y me encuentro
cómodo. Me estorba cuando pretende ponerse serio porque rompe el
tono de la película. Es decir: le reprocho que no sea más demencial
aún. Ese tiroteo en el despacho del alcalde, por ejemplo, es una
parodia de los gatillos flojos de los americanos. La película quería
ser eso: una ridiculización de la corrupción, violencia, atracos,
tiroteos, heroísmos y aspiraciones del sueño americano. Llevado al
extremo. Y al contenerse se queda corto.
También
pienso, como dice Alfred Molina, que no es necesario ser tan vulgar,
pero ya se sabe que cuando tu guion flojea, cuando no sabes buenos
chistes, tiras de tacos, Hay un montón de buenos actores pero no puedo decir que destaquen especialmente.
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