Una
chica sube a un taxi. Ella comenta asuntos vagos de su vida pero el
taxista, una especie de Sherlock
Holmes
emocional, disecciona su vida.
Iba
a decir que Sean
Penn
es como un psiquiatra pero, en realidad, es justo lo contrario.
En vez de hacer preguntas para que el paciente se vaya descubriendo,
le arroja de golpe la verdad que habría tardado años en descubrir.
Es
una película muy cínica. Y muy realista. Ambos personajes exhiben
sus problemas, sus pecados, su vulgaridad. Y sí, también el deseo
de esa lluvia tan real como metafórica que los lave, un deseo de
redención que ven lejos, muy lejos, tal vez imposible.
Puede
resultar incómoda por la crudeza con que se exponen ciertos temas.
Creo que la planificación también lo busca. Quiere que el
espectador sienta rechazo. No es que sea una planificación fea, pero
sí es rutinaria, como si tras los errores humanos estuvieran los
monstruos bajo la cama, el vacío de lo repetitivo.
Creo
que Locke
era más interesante: por el objetivo, el modo de plantearlo y la
resolución. Esto es más melodramático. Creo que el principal
mérito de la directora es que no se le vaya de las manos la
narración de las vidas tristes y las vicisitudes que ambos
atravesaron. Sean
Penn
compone a un hombre de pasado bastante canalla, tóxico, para abrir
los ojos de una escandalizada Dakota
Johnson
que, en el fondo, sabe que es cierto lo que le dicen.
Es
evidente la teatralidad de la historia y el poco interés en salir
del formato. Obviamente el guion lo es todo y, ahí, debió ser algo
más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario