El
modo metafórico de usar la luz en los primeros minutos de la
película ya indica que se trata de una película cargada de
simbolismo. Una mujer embarazada pierde al bebé. La instalación
eléctrica de la zona se ha estropeado y la oscuridad es total en el
pueblo. Los hombres intentan repararlo mientras llega el alba.
Encuentran, en un bote naufragado, una bebé. Se hace de día.
La
niña, llamada Isla, tiene poderes y soluciona todos los problemas de
los lugareños. Pasan 10 años aislados del mundo. Pero ya se sabe
que, cuando somos felices, buscamos el modo de ser infelices.
No
voy a aportar interpretaciones personales porque cada cual puede
hacer la suya. Y tampoco diferirán mucho unas de otras. Hay una
serie de personajes con su problemáticas personales que impulsan el
relato hacia diferentes tomas de decisiones. Decisiones vitales,
morales, en su mayor parte lógicas. Pero chocan porque los intereses
son distintos.
La
fotografía tiende a ser muy oscura incluso en los momentos diurnos.
No siempre me gusta. Sí me gusta el ritmo del relato, el modo en que
nos exponen los poderes de Isla, los conflictos, las disputas.
Qué
bien esa idea de mostrarnos tan pronto la colmena, ya que tendrá
también su sentido.
El
final es duro, crudo y queda en manos de cada espectador si es
esperanzador o desolador. Depende de lo que la imaginación de cada
uno dicte que ocurrirá a continuación. Acaba como tiene que acabar
pero, al mismo tiempo, es muy abierto.
Aquí
hay buen cine. Una fábula para adultos muy interesante.
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