La película está aquejada del complejo de Tarantino, de que cualquier director se cree Tarantino cuando, en realidad, tocan sólo lo superficial. En la parte de los diálogos se nota con gravedad. El director oyó tacos en las pelis de Tarantino y no se puso a estudiar más los guiones. Creyó que si metes tacos eres muy gracioso y puedes llenar minutos y minutos de conversaciones. Y es un error que roza lo agotador. Y es que Tarantino sabe muy bien dónde tiene que colocar los tacos.
Lo mismo se puede decir de las escenas de acción. Hay menos escenas de acción de lo que parece. Dos son ingeniosas y bien ejecutadas. Otra es pasable. Las demás…
El conjunto es un pestiño de dos horas que se acerca más al bodrio de La ciudad perdida que a algo mínimamente honorable. De hecho parece un subproducto en el que juegan a los cameos. Si en una el cameo era de Brad Pitt, en ésta le devuelven el favor.
Un tren bala que sale de Tokio, un maletín a recuperar y un montón de asesinos a sueldo. Y yo no hacía más que preguntarme dónde estaban los pasajeros de ese tren porque brillan por su ausencia. A veces parece más una obra de teatro que un supuesto espectáculo de acción desenfrenada.
Tiene sus momentos divertidos, pero tira a flojita.
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