8/6/22

Total Control. Temporada 1

Si te gustó
El ala oeste de la Casa Blanca, si te gustó Borgen, supongo que acabarás por ver Total Control. No encontrarás el idealismo de Josh Barlett ni el buen rollo de Birgitte Nyborg. Total Control es política pura, dura y muy sucia.
A veces se me ocurría que los guionistas se inspiraban en la política española. Ése que vendería a su madre para seguir en el poder, ¿no es como Sánchez? ¿Y ese bocazas ignorante no es como Garzón? ¿No es ése tan mezquino como Iglesias? Y las guerras internas, impúdicas y salvajes, ¿no son las de Casado y Ayuso? Y debieron leer lo de Ayuso: a la política se viene llorado de casa. La protagonista practica mucho eso. Llora en casa y luego va a degüello.
O igual es que la política es política aquí y en Australia y la democracia no tiene arreglo. Total Control es la política fangosa, de puñal. No es Veep tampoco. No hay ninguna gracia detrás.
Una indígena australiana hace algo heroico. La primera ministra le pide que sea senadora en una plaza que quedó vacante. Y lo que cuenta la serie, entre otras muchas cosas, es cómo entras a ese mundo con la mejor de las intenciones y te devora. Todo el mundo (¡TODO!) se convierte en un monstruo de ambición, de sed de poder y venganza. Y siempre existen justificaciones para ser corrupto y dejar cadáveres a tus pies. Por el bien del país, porque yo sé lo que es mejor para todos, por una visión a largo plazo.
Hay cosas muy de Australia que quizá no se entienden fácil. Especialmente el complejo mundo indígena. Pero te explican lo justo para seguir la trama de esos políticos. Que tal vez sean los de allí, pero que desde luego son los de aquí y, probablemente, los de todas partes.
Muy buena interpretación de Deborah Mailman. Una pega: la realidad política mundial de hoy es tan demencial que la ficción no logra superarla en locura. No llega a sorprendernos e impactarnos porque ya lo hemos visto antes. Y peor.

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