5/2/22

Drive My Car

-Chéjov es aterrador.
Cuando dices sus líneas desentierras tu verdadero yo.
3 horitas. Se dice pronto.
Admito que no me he aburrido. Pero es evidente que sobran minutos. Sospecho que no habría pasado nada si se quita el metraje anterior a los créditos iniciales. Es decir: 40 minutos. Porque es ahí donde se inicia lo que podríamos llamar la historia principal.
Vamos por partes: un director teatral prepara la representación de Tío Vania. La productora tiene como política de empresa asignar un chófer al director, la joven Misaki.
Esa es la excusa para mostrarnos algunas de las vidas (¿por qué no todas, por qué ésas?) de los personajes que intervienen. Hamaguchi se adentra en dramas personales de los que se le escurre, involuntariamente, algún melodrama, algo de sentimentalismo. Aunque ocurre poco. Historias que oscilan entre el retorcimiento freudiano (demasiado retorcido) y el matrimonio perfecto (demasiado perfecto), pasando por algún crimen y el trauma de conciencia que todos ellos acarrean por un motivo u otro.
Digamos que la trama principal es la del director y su conductora, que el resto son vidas cruzadas colaterales. Tal vez todas ellas sean necesarias para contar lo que el director quiere. Pero está claro que sobra mucha autopista, mucho túnel (le gusta filmar túneles a Hamaguchi), mucho viaje atmosférico.
Hay que reconocer que tiene pulso. Controla bien el ritmo, siempre planea un cierto suspense sobre algún aspecto, sostiene la mirada del espectador. Lo que más me gustó fueron algunos juegos con el fuera de campo.
No sé cómo interpretar su final. Imagino que caben muchas interpretaciones y que cada uno tendrá la suya. Y todas ellas serán igualmente válidas. Pero tampoco es importante.
Una obra ambiciosa que satisface en muchas ocasiones, resulta cargante en unas pocas y que, aunque no logre todo lo que ambicionaba, deja poso y algún planteamiento sugerente.

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