Durante
la primera hora no mata a nadie. Cuando piensas que se está volviendo un blandengue se pone
las pilas. Los últimos minutos son muy salvajes. Cabezas, piernas, brazos…
Venga amputaciones aquí y allá de forma imaginativa. Uno a uno. Ríete tú del
mensaje de El Padrino, del
caballo en la cama. Rambo sí que sabe dejar mensajes.
Hay
que agradecerle eso: que la pelea final dure solamente 10 minutos, que no se
exceda en un combate marvelita interminable.
Hay
mucha gente que se ha amargado porque ha visto detrás de esto un mensaje pro-Trump.
No hay que complicarse la vida, creo yo. Mensaje no hay ninguno. Rambo sigue
siendo el mismo. El tío que ve una injusticia y decide arreglarla por su cuenta
y por el medio más rápido posible: cuchillos, flechas, puntas, fuego… Ahorras
mucho dinero al Estado en policías, jueces y burocracia. Y es más definitivo.
Un artista de la carnicería. Pero no hay más detrás.
Se
le puede criticar que se parezca más a una de venganza de Liam Neeson
que a una de Rambo. Esa red de
túneles bajo su casa (mira que es previsor, el chico) no es del todo buen
sustituto de la selva y los bosques.
Para
quien no lo recuerde, Rambo no
se titulaba Rambo. Se titulaba
First Blood. Así que esperemos
que este Last Blood sea
efectivamente el final. Aunque yo no las tendría todas conmigo.
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