1938.
Leyden es un escritor de novelas policíacas. Una noche, en Estambul,
le hablan de un tal Dimitrios Makropoulos, encontrado muerto en el
mar. Ladrón, estafador, espía, asesino.
Han
reeditado la novela, con prólogo de Pérez-Reverte.
Dice que tanto la novela como la película son muy buenas. En esta
ocasión estoy de acuerdo con él.
Peter
Lorre
nunca tuvo el carisma de Humphrey
Bogart
pero podía
hacer de bueno y de malo.
Aquí era un tipo de voz suave y apaciguadora tras la que se escondía
un holandés un poquito condescendiente, un novelista al que le
gustaba vivir de modo sencillo pero que no podía resistirse a un
pedazo de información.
La
seducción por el personaje de Dimitrios le lleva por buena parte de
Europa y va conociendo gente que le proporciona fragmentos de un
individuo amoral y despiadado.
Es
una de esas películas clásicas de guion cuidado, exotismo,
historias trágicas y un punto de aventura que hoy en día, por
alguna razón, parece imposible de imitar.
Me
gusta, de estas películas, cómo iluminaban para dar realce a las
sombras. En esta ocasión es muy importante cómo lo aprovechan en la
morgue, alzando la cabeza del cadáver.
Una
reflexión personal en la que puedo estar equivocado: ¿fue Dimitrios
el antepasado inspirador de Keyser
Zöse
en Sospechosos
habituales?
La
máscara de Dimitrios
no tiene ese final tan loco pero, sin pruebas, creo ahí está la raíz.
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