Otra
peli de terror sobredimensionada. No está mal, advierto. De hecho me
ha gustado bastante. Hay cosas interesantes. Pero ni es una obra
maestra ni la película definitiva sobre licántropos ni lo único
bueno que se ha hecho en 40 años. De la misma talla están, por
ejemplo, La maldición del Hombre lobo, Un lobo
como yo o una obra maestra como Wolf Children.
Así
que, sin pasarse, es una película que arriesga un poco. La primera
hora busca ahondar en el conflicto familiar. El drama no está tan
logrado como en El hombre invisible porque, no nos
engañemos, es fácil crear secuencias potentes con un maltratador y
es mucho más difícil hacerlo con una familia que trata de restañar
heridas. Con todo, Leigh Whannell lo intenta y no sale del
todo malparado.
La
siguiente media hora sí: ahí saca a pasear la casquería. Me parece
brutal cómo vamos viendo la transformación progresiva. Nada de unos
segundos y ya. Aquí el proceso lleva 30 minutos y Christopher
Abbott se lo curra en su tarea de animalizarse poco a poco.
Tremendo.
Metáfora.
Pues ahí está lo bueno. Creo que caben muchas lecturas y cada uno
debe escoger: la incomunicación en el matrimonio, sentirse relegado
en la sociedad, impotencia para cumplir los deberes que nos
imponemos, el fracaso de la “civilización”… O ideas tan
freudianas como la de matar al padre. O que igual eres tú el que sobra...
Me
gusta los cambios de fotografía durante esos travelling en
los que vemos las cosas desde el punto de vista humano y desde el
punto de vista lobuno.
Entretenida,
sugerente, con buen manejo de la tensión, pero no es algo que vaya a perdurar.
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