-No
era un hombre. Era un conejo.
Samanta
ha permanecido durante 15 años secuestrada en un laberinto. Ahora, en el
hospital, es atendida por un prestigioso doctor (Dustin Hoffman).
Mientras tanto, un detective privado a punto de morir (Toni Servillo),
sigue empeñado en encontrar al secuestrador.
Una
peli de suspense que, sin pretensiones, habría tenido un pase. Es verdad que
todos esperamos un giro final, una vuelta de tuerca. Pero lo que hacen aquí es
descabellado. El objetivo es situar al espectador en un laberinto de modo que
no sepa qué es real y que no. En el fondo es simple, demasiado simple y
tramposa (son dos tramas, dos películas), pero el director se pasa de listo
para complicar las cosas de modo innecesario.
El
tono es sórdido y opresivo tanto en el retrato de las gentes como en los
ambientes. Hay una apuesta general por el feísmo y el retorcimiento de las
situaciones. Algunos cromas (cuando Servillo conduce, por ejemplo) son
rarísimos y muchas escenas parecen desencajadas (la entrada en la casa de la
familia secuestrada), tan absurda en su grandilocuencia.
Está
claro que el director busca un equilibrio entre forma y fondo, pero su estilo
queda muchas veces lejos de conseguirlo, con riesgos superfluos, giros mal
propuestos y un montaje más efectista que eficaz.
Pese
a todo la intriga funciona en gran parte del metraje. Los 130 minutos debieron
recortarse para engranar mejor.
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