La
conversación inicial ya nos cuenta cuál es la esencia de la
película. El hombre extorsionado cree que va a encontrarse con el
diablo pero se encuentra con alguien que parece buena persona.
Parece. Ese verbo es fundamental.
Sarah
descubrió un peligro alimenticio en la experimentación transgénica.
Silenciada, despedida y acusada, ahora quiere, simplemente, que no la
maten. Le dan un número de teléfono, el de un intermediario que
elabora acuerdos para situaciones delicadas entre empresas.
Lo
que diferencia a esta peli de otras similares es el juego de la
distancia. Ash, oculto, dirige desde lejos a Sarah. Anticipándose a
los enemigos, apuntando instrucciones, enviando objetos que le
sacarán de apuros. Lo interesante es que el enemigo está más cerca
de Sarah que su defensor. La tensión sostenida y permanente es una
delicia desde la primera escena. La dirección es muy elegante. Qué
bien juega con la profundidad de campo y cómo nos engaña o dirige
nuestra mirada sutilmente.
Las
cuestiones éticas y morales tienen su peso. No son el centro
dramático, pero aportan sustancia: El comportamiento amoral de las
empresas, la adicción de Ash con la que sustituye otra adicción, el
miedo -lógico- a comportarse honradamente…
Lo
del Apéndice C es lo más flojo. En una estructura tan bien pensada
estas cosas no deberían suceder.
El
giro de guion -ya dije que el verbo parecer era fundamental-
implica una serie de consecuencias de las que es mejor no hablar para
no dar pistas, pero sí son interesantes de debatir desde la
narrativa del guion.
Me
ha gustado bastante. No esperes un final redondo. En el mundo turbio
del espionaje empresarial no hay posibilidad de felicidad perfecta.
Lo mejor es su aire clásico. Analógico, podríamos decir.
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