A
los pocos minutos de empezar ya tenemos claro que el sheriff y el
alcalde se llevan mal. Es el confinamiento por COVID, hay tensiones,
teóricos de conspiraciones, dificultades económicas. 90 minutos
después seguimos con lo mismo… y no es ése el tema de la
película.
No
entiendo a qué vienen la mayoría de los diálogos. Giran sobre
conspiraciones, Black Lives Matter, ideología woke, feminismo,
corrección política. Pero son incongruentes, arbitrarios. No
concluyen en nada. Son explosiones, exabruptos y pasamos al
siguiente.
La
cámara. Hace movimientos originales. Pero sin ninguna razón. A
todos nos gusta un travelling bien llevado. Pues aquí no. La
cámara, muchas veces, no es acorde ni guarda sentido con lo que
narra la imagen. Es muy raro. ¿Por qué se mueve cuando no hace
falta? O al revés.
El
tema, supongo, es cómo los mensajes simplistas manipulan colectivos
y cómo la creencia en esos mensajes sin matices termina por provocar
violencia. Todos estamos idiotizados por algún mensaje que hemos leído 200 veces en un titular de un periódico o que hemos visto en un meme.
A
la hora y media cambiamos, al fin, de tercio. Esa tensión potencial,
agarrotada, estalla. Declaro solemnemente que no era necesario tanto
tiempo para engendrar tensión. De hecho llega a aburrir por momentos
porque se vuelve cargante.
En
Eddington, condado de Sevilla, se va a liar parda pero te va a dar
igual. Dicen que es una metáfora de la América actual. A mí me
parece demasiado tosca para ser una metáfora de nada.
En
cierto modo me gustó su extrañeza y su cínico final, pero 150
minutos para lo que hay que contar no se justifican.
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