17/4/21

Una joven prometedora

Emerald Fennell
me ha dejado patidifuso. Es una actriz a la que tal vez viste en Llama a la comadrona o en The Crown como Camilla. Pero aquí se pasa a la dirección y muestra una madurez y una potencia asombrosas.
Estéticamente está muy cuidada. La puesta en escena y la fotografía están tratadas con un mimo enorme. Visualmente es muy atractiva. El fondo es otra cosa. El fondo es perturbador, incómodo de ver. Muy incómodo. Con situaciones de esas que quieres que se acaben cuanto antes por lo inquietantes que son.
La directora rompe continuamente las convenciones del género, tanto en las decisiones narrativas (ese tono pausado en una historia de venganza) como en el guión, que lleva a derroteros inesperados. El espectador, tal vez un listillo, verá apuntes de Tarantino. Libreta con nombres, división en capítulos… Fennell echa el cebo, especialmente en el último capítulo, rotulado con un IIII (con mucho sentido), con la protagonista disfrazada de enfermera. Luego cambia el paso y nos aboca a un final traumático, retorcido y provocativo. Nos guía en ritmos desacostumbrados, con giros en momentos que no esperas y en direcciones que te desubican.
Apenas hay una deconstrucción del lenguaje fílmico pero su capacidad para eludir los tópicos es sorprendente. Lo es también ese modo de crear una atmósfera omnipresente de violencia aunque raras veces sea explícita. Aunque esa violencia, por así decir, moral, impregna cada fotograma.
Y, por supuesto, Carey Mulligan está siempre perfectísima en un papel muy exigente, con decenas de matices.
Es buena película y deja huella. Y cicatrices. Por eso precisamente no puedo recomendarla a todo el mundo. Hace falta acudir con un escudo. Pero desde luego es un debut sorprendente.

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