Se
estrenó hace ya semanas pero es una serie que hay que tomar a pequeños sorbos
amargos. O al menos yo tuve que verla así. Pretende ser un relato realista del
día a día de los policías de Malmö. Logra su impacto pero desde un punto de
vista cinematográfico llega a resultar cansina. Cosa que tal vez ayuda a su acritud.
Con
su aparente tono documental el rodaje es cámara en mano. Pienso que el abuso de
ese recurso está sobrevalorado, pero otros lo defienden. Lo que me parece menos
justificable es el uso del zoom y otros detalles que quieren aportar
verosimilitud y chirrían en exceso. Además, cuando buscas ese tipo de realismo
terminas por resultar inverosímil, porque hay situaciones en las que es imposible
o ilógico que una cámara estuviera allí.
Sí
me gusta que nos introduzca in medio res.
No sabemos nada de los personajes y acabaremos sabiendo muy poco de ellos.
Vemos sus acciones externas y cómo les afectan sin que nos cuente verbalmente
su estado anímico o psicología. La contundencia de los hechos es lo que deja
huella. La violencia en la calle, los problemas personales, los bocazas de las
redes sociales… El lado oscuro de las vidas. Hay una protagonista, por así
decir, una agente novata, pero también vamos descubriendo poco a poco a otros
agentes.
No
hay tramas de largo recorrido, no son inspectores, no investigan grandes casos.
Sólo zambullidas en el universo de las miserias humanas.
El
hueco dejado por Line of Duty
fue enorme. De los ingleses se pueden decir muchas cosas pero fabrican series
maravillosas. Así que se apresuraron en rellenar el vacío con una serie
potente.
Un
asesinato en un submarino nuclear. Buen comienzo, ¿verdad? Pero luego van
sumando capas y más capas. Una policía dentro, otra fuera. Después añaden,
progresivamente, nuevos elementos y la trama de investigación policial se
transforma en otra cosa más compleja.
Lo
mejor son sus juegos de poder. Una lucha de poder vigorosa, un duelo para
imponer las propias reglas. El departamento de policía enfrentado a los
protocolos de la Marina. Ambos bandos con sus prioridades y secretos.
Colaborando de mala gana, espiándose mutuamente. Después jugadores nuevos se
suman y hay nuevas luchas de poder.
Le
pondré un par de pegas. Como en muchas otras ocasiones la trama de amor me
sobra. La serie no va de eso, así que la historia romántica, sin relevancia
alguna en los hechos principales, está empotrada a martillazos. No aporta nada,
obstaculiza el ritmo, entorpece el desarrollo. Si la suprimes, la serie gana.
La segunda pega es su final. Resolver en dos plumazos y con una pelea una
historia que había alcanzado tal complejidad me parece muy perezoso.
En
cualquier caso es una intriga que funciona bastante bien en su mayor parte. No
llega al nivel de Line of Duty
pero, en fin, es lo que dice Rosa Belmonte: ojalá nos pusieran tantas
series británicas de éstas como telenovelas turcas.
-¿Me
dejas tu sombrero?
-No.
Es un sombrero de vaquero. Y tú no eres un vaquero.
Imagino
que tener 91 años te quita muchas opciones en la vida. Pero también tiene
algunas ventajas. Como por ejemplo hacer una película naif, sencilla, casi infantil.
Hasta ponerte cursi. Clint Eastwood pudo ponerse trascendente y
sermonear desde la altura de su experiencia. Pero precisamente por su
experiencia sabe que la mayoría de las cosas de este mundo son irrelevantes,
que no merece la pena enfangarse en lo pretencioso ni ir de profundo.
Ya
ha pasado por todo, así que ya no va a pasar nada nuevo. Y así es la película:
no pasa nada. Es un western
ambientado en 1980. Que podría ser 1880 o el 880 antes de Cristo. Un western con un anciano y un chico. Y un
gallo de pelea. El anciano con una aparente indiferencia que no es más que
sabiduría, el chico lleno de rabia y frustración y miedo y esperanza y dudas. Y
el gallo de pelea como una extensión del alma del chico, un espejo, un reflejo.
Qué gran idea me parece la del gallo.
Un
viaje entre México y Estados Unidos, gentes buenas, gentes malas. Lo importante
es lo que haces en el camino. Lo importante es aprender qué es un macho. Como
en todo western el paisaje es
determinante. Está en sintonía o contradicción con los personajes, es un
personaje más, es metáfora, es encuentro o choque. Es el paisaje de Eastwood.
Áspero, puro, con caballos.
Sencilla,
eficaz. Iba a decir que le perdono su cursilería, pero a los 91 años le da
igual lo que los demás opinemos de él. Debería importarnos lo que él opine de
nosotros.
1.
Lo de ir a la Estación Espacial ya es casi como ir al Louvre. Tantos turistas
que no se cabe. Y rodajes de películas. Tom Cruise y Doug Liman
irán allí a rodar algo, pero se les adelanta una producción rusa que se titula The Challenge.
2.
Finch será lo próximo de Tom
Hanks. Un hombre, un perro y un robot en el apocalipsis. De ahí puede salir
un chiste. Me preocupa que sea, para mí, una pesadilla.
3.
Hay quien se queja de que Dune
acapare el 52% de la taquilla. Yo creo que es bueno. Recaudar 2 millones es una
gran noticia porque significa que la gente vuelve al cine. A todo tren. Destino Asturias no se
baja de los 10 primeros puestos y está a esto de llegar a los 8 millones.
4.
Rodrigo Cortés estrenará El
amor busca apartamento. La temática es del holocausto judío, así que me
da muchísima pereza. Pero es Rodrigo Cortés, así que hay que verla. Me
está sorprendiendo su libro, Los años
extraordinarios.
Por
su fondo me ha recordado las películas de Miyazaki: la maduración de una
chica por medio del trabajo. Su argumento tiene resonancias de Huckleberry Finn. El estilo es,
obviamente, un western, bien trabado,
muy inspirado en John Ford, sobre la vida en las caravanas.
La
animación es verdadera animación. La inspiración del artista por delante del software.
Es una maravilla cómo se han pensado los colores de las praderas. Rémi Chayé
me sorprendió con El techo del mundo,
pero ahora se supera con un guión solidísimo y una estética similar a la
anterior pero mucho más elaborada.
Lo
que cuenta es cómo Martha Jane Canary se convirtió en Calamity Jane. Por
supuesto no hay nada verídico pero eso es lo de menos. El drama de esa niña
tiene fuerza, interés y despliega con energía las distintas experiencias que le
llevan a aventuras muy variadas. Hay además personajes complejos, cada uno de ellos con sus cosas buenas y malas, con aristas. Bien escritos.
Me
llamó la atención, especialmente, cómo Calamity se va despojando de todo aquello que no
le resulta práctico: faldas, cabello…
Una
gran película que demuestra que se pueden contar muchas más cosas en 75 minutos
que en tres horas. Muy buena. Y bonita. En mi opinión debería llevarse el
Oscar. Pero ya sabemos que en los Oscar lo de calidad no es lo que se lleva.
Es
una película de ese género no definido en que juntas a dos personas de
caracteres opuestos (mejor si una es agradable y la otra no) y las obligas a
convivir juntas, principalmente en coche, en viaje o en forzados encuentros con
otras personas. De ese género de Paseando
a Miss Daisy, Green Book,
Perfumes…
Best Sellers no logra escapar a los
clichés de ese género. Creo que ni siquiera lo pretende. Plantilla en mano se
limita a darle una vuelta con un tono de frescura improvisada y deja que sus
dos actores principales funcionen a su aire.
Y
esa es la cosa. Es una película que merece la pena verse sólo por la
interpretación de Michael Caine. Al comienzo de la película le llaman
por teléfono. La cara de asco con que mira al aparato demuestra lo que es ser
un actor. Y Aubrey Plaza, extrañamente, le da la réplica con una soltura
que yo no conocía.
Una
editora en apuros logra que su autor estrella (anciano, cabreado, maleducado, impresentable)
le escriba un nuevo libro. Ambos van por ahí de promoción.
No
sale de los clichés, como digo. Pero los personajes son realmente tan opuestos
que resultan auténticos. Muy creíbles.
Se
pueden hacer lecturas sobre la cultura como provocación y demás temas
artísticos sobre los que se suele hablar mucho con poca sinceridad, simplemente
como apariencia o promoción. Pero en el fondo se trata de una historia sobre el
descomunal peso de la pena, el saberse nada sin la persona a la que amamos, la
nulidad en la soledad. Todo lo demás es pose. O pura impotencia.
Me
gusta. Una mezcla moderna de Hansel y
Gretel con Las mil y una
noches. Un niño y una niña atrapados en el apartamento de una bruja
(muy bien Krysten Ritter, comedida en su chaladura). El niño viene a ser
una especie de Sherezade, forzado a contar cada noche un cuento de terror a la
bruja si quiere seguir vivo.
Me
gusta. Por su peculiar estética, diferente para los cuentos, para las diversas
estancias del apartamento, con atmósferas originales y apropiadas. Además
combina el terror con divertidos toques de humor.
Me
gusta, sobre todo, por esa metáfora acerca de la creatividad de los niños. La
bruja Natacha es más bien una crítica, una correctora de estilo, que les
espolea a buscar la verosimilitud de la obra literaria, a ajustarse a las
reglas de la propia ficción, a documentarse, a evitar la ñoñería, a esquivar el
peligro de los finales felices, a poner atención en los detalles… Y,
especialmente, a indagar en los secretos que se ocultan dentro de uno mismo.
Un
cuento ciertamente terrorífico, no apto para los más pequeños, que tiene su
fondo y algo que contar. La metáfora principal puede ser obvia, pero tiene sus
capas. El giro sobre la bruja Natacha puede ser previsible, pero desde luego no
es complaciente.
Mejor
de lo que esperaba.