Inclasificable.
Detrás, enterrada muy al fondo, hay una buena idea. Pero la película
no la ha desenterrado.
Rata
es el apodo de nuestro protagonista. Le queda bien. Es un despojo
humano. Un guarro, cobarde, irresponsable. No sale apenas de la
habitación de la casa de su madre. Sabe que su vecino es un
psicópata que mata mujeres morenas pero él no dice ni mu. Al
contrario: busca su amistad. Rata vive de colgar vídeos en internet
diciendo que hay una conspiración de reptiles extraterrestres.
Un
psicópata activo en el piso de arriba, nuestro protagonista en el
piso de abajo, con todas las papeletas para convertirse en el nuevo
Norman Bates. Una investigación policial.
Planos
muy cerrados (estamos en unas habitaciones pequeñas de continuo),
fotografía tal cual sale (o eso parece) y, lo que menos me gusta, su
estructura arrítmica. En ocasiones no pasa absolutamente nada
(conversación con la prostituta durante 15 minutos en la cocina o
interrogatorios en bucle con la policía) y otras veces, en unos
minutos, se acumula la información: ese final abrupto y rápido que,
en cierto modo, tenía que llegar para que el argumento dejase de
tener sentido por completo pero la película en sí tuviese una razón
para existir.
Hay
un pequeño detalle, hacia el final, un toque de fotografía, en la
sobreiluminada estación de Las Rozas cuando se pone las gafas de
sol: es como ponérnoslas a nosotros. Si eso es lo que más me gustó
imagínate cómo será lo demás.
Algo
bueno hay por ahí. Pero no se puede contar así, no con esa
estructura tan fallida, de escenas de duración y contenido
anárquico.
Demasiado
rara sin razón.
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