El
concepto es muy de Moffat:
el viaje en el tiempo como exploración de sentimientos, la culpa, el
cambio. Quién fuimos y quién seremos. O al revés.
Sí
tiene unas cuantas de esas frases ingeniosas propias del showrunner
y alguna que otra idea brillante. Descubriremos, por ejemplo, por qué
no había albergue en Belén hace 2024 años. Llegar hasta ahí con
la imaginación es buena prueba de ingenio. E innegablemente existe
una voluntad de construir una historia muy humana.
¿Dónde
está el fallo? Pues, sobre todo, en que no veo el supuesto engorde
del presupuesto de Disney. Y creo que es el momento de que
averigüemos en qué se gasta Disney el dinero. Porque no se nota.
Los
efectos especiales siguen siendo tan pobretones como antes. Algunos
son, simplemente, malos. Yo acepto un Doctor
Who
paupérrimo, cutrecillo, con el presupuesto de la BBC. Los seguidores
de Doctor
Who
lo llevamos aceptando desde 1963. Pero si se incorpora Disney
queremos que se traduzca en algo. Aunque después de The
Acolyte
todos sabemos que los presupuestos de Disney son para otra cosa que
no es cine.
En
fin. Demasiado sentimental, nada navideña (se fuerza mucho la trama
para que haya alguna conexión), me alegró conocer a Joy y es otro
de esos especiales que no tiene nada de especial.
Ya
hay rumores de que, tras la temporada 2 (yo la voy a considerar la 15 para salvaguardar mi salud mental), habrá un largo vacío sin
Doctor
Who.
Tal vez vengan bien unos años de descanso. Para pensar. Y esperar a
que pase el tren woke
con su turra.
Y,
por
favor, que cambien el destornillador sónico, porque eso
no lo puedo pedir a los Reyes.
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