Muy
francesa y muy extraña. Lo importante no es lo que Victoria, abogada, hace con
sus casos, sino lo que los casos nos dicen de Victoria.
Divorciada,
con dos niñas, un psicoanalista, una adivina, el de la acupuntura, una amiga,
un amante, citas ocasionales, un amigo que le complica aún más la vida, el
ex-marido…
Lo
que pasa, los actos exteriores, la trama en sí, no tiene gran relevancia.
Parece que la película quiere resaltarlo cuando en el juicio se utiliza a un
perro como testigo y las fotos que sacó una mona.
Es
la psicología compleja de Victoria lo que se va desvelando. Una mujer que sólo
en la última escena tiene unos segundos para pensar, para ver la realidad.
Llevada por la vorágine ha perdido de vista las cosas importantes y ni siquiera
sabe cuáles son.
Dije
muy francesa porque también tiene esa pesadísima autoconsciencia por la que
todo burgués, por el hecho de serlo, se considera un intelectual. La película
está llena de pedantes cartesianos que tratan de racionalizar su tremenda
estupidez.
Creo
que, en el fondo, la película realmente no sabe a dónde va. La mayor parte de
los espectadores se la pueden ahorrar.
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