2/9/17

La niebla y la doncella

¿Conoces esa sensación de sentarte a ver una película y, hacia la mitad, comienzas a pensar que llevas allí tanto tiempo que la ropa con la que te sentaste ya se ha pasado de moda? ¿Que aún llevas una corbata de paramecios y pantalones de campana? ¿Que no existía internet y ahora sí? ¿Que ha pasado tanto tiempo que consideras seriamente la posibilidad de que eres tu propio abuelo?
Pues eso.
No es que la peli sea mala, ojo. El director muestra oficio académico. Pero a una peli de suspense, a una investigación policial, no puedes imprimirle ese ritmo tedioso, soso, intrascendente. Porque llegas a la última escena y sabes que todo lo demás sobraba.
He aquí un ejemplo de cómo una adaptación extraordinariamente fiel a lo literario puede dañar, muchísimo, a su reflejo cinematográfico. Es un relato inane, sin alma, necesitado de unos cuantos hervores.
El único sentimiento que contagia es la pereza. No es culpa de los actores y, tal vez, en cierta medida, ni siquiera del director, aunque todos sabemos que tiene la última responsabilidad. Pero ese guión necesitaba reescribirse aún unas cuantas veces.

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