
Para mí es suficiente mérito que la sala estuviera llena de adultos sin niños. Gente de entre 20 y 70 años. Sólo había una niña. Que los adultos se acostumbren a ver dibujos animados es importante.
Entre otras cosas porque después de Avatar y de Tintín cada vez parecen más superfluos los actores profesionales. Todavía los usan para captar movimiento. Pero ¿por qué vas a pagar a actores, especialistas, caros platós, escenarios exóticos? La animación ya lo puede hacer casi todo. Esos travellings imposibles de los que está llena Las aventuras de Tintín: El secreto de Unicornio. Tan llena que abusa y agota. Esos travellings que, ahora lo veo claro, Spielberg quería filmar desde el comienzo de su carrera, cuando inventó el travelling spielbergiano: la cámara corriendo a la altura de los talones de un personaje que huye. Y Milú es una buena excusa para explotarlo al máximo.
Espectacular, sí. También excesivo. Pero evidencia que ninguna escena es imposible de filmar.
Como me decía Fernando ayer: es hora de filmar en dibujos animados Ana Karenina, El Quijote, Hamlet.
Bueno. Yo creo que no es hora. Todavía. Pero falta menos.
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