Rosebud no explicaba al Ciudadano.
Sigue siendo solamente un Individuo.
Eso es lo bueno: es inagotable.
Como ocurre con todo el buen cine.
Como ocurre con la vida.
Crítica y opinión de cine y series.
Si
gracias a X-Men conocimos qué pasó con la crisis de los misiles de Cuba,
con Transformers
3 nos enteramos de por qué fuimos a la Luna. Y algo de Chernobyl.
Visualmente
arrolladora. Argumentalmente
pues eso. Para qué comentar. Un
par de hachazos a Megan Fox. Una
rubia para sustituir florero. John Malkovich, John Turturro, Frances McDormand y Patrick
Dempsey de secundarios de lujo. Se ve que en ésta también les pagaban, así
que... Buzz Aldrin, el astronauta,
haciendo un cameo. Chicago
ha sido esta vez la afortunada ciudad que se va a freír espárragos. Me
encantó la escena del rascacielos. No está mal la de la autopista. Dos
horas y media son excesivas pero se dejó ver. Al
menos está bien rodada, no como esa chapuza que fue Transformers 2, con
fallos de racord, de montaje, chistes sin gracia y en plan ahorro. Porque,
digo yo, si te pones a destruir, ¿por qué conformarte con unas chabolas en
Egipto? Transformers 3 arrasa, que es para lo que fue hecha. Y
Obama a repartir medallas. Demoliciones
Michael Bay Inc.
ha vuelto. Y
quiere quedarse.
Roberto
es un ferretero con muy mala leche. Normal, porque vive en Argentina y su sitio
habría sido, no sé, Suiza o cualquier otro país con gente de cabeza cuadrada.
Así que, ¿qué hace en Argentina un tipo que cuenta las arandelas de las cajas,
que se va a la cama a las 23:00 exactas y que no acepta ni el soborno de unas
brocas? Pues enfadarse, claro.
Y
en su vida metódica y ordenada, precisa y rutinaria, aparece un chino que no
tiene ni pajolera idea de español y que, claramente, arrastra un pasado tan
traumático como el del propio Roberto. La
diferencia: para Roberto nada tiene sentido y por eso colecciona noticias
absurdas e imposibles. Para el chino las cosas ocurren por algo. El
mundo de Roberto se pone patas arriba. Además aparece Mari que está colada por
él. Y él tiene miedo de abrir su corazón. Hasta
las vacas que caen del cielo lo hacen por una buena razón. Y, así, el cuento
chino se convierte en el cuento de la lechera. La
película es Darín. Darín en estado puro. Darín cómico y Darín dramático. Pero otro Darín.
Quizá un día habría que dedicarle a una entrada a él en exclusiva.
Inclasificable. Siempre el mismo y siempre distinto.
Hay
un variado género de películas con un elemento común: quién se salva al final.
Terror con asesino en serie, zombis, catástrofes... El argumento, básicamente
es ese: tratar de adivinar quién sobrevive.
Como
señalaban en Scream 4, hoy en día sólo tienes una oportunidad de llegar al
final si eres gay. Los antiguos supervivientes han cambiado con el paso de los
tiempos y de la corrección política. Zombies Party es la película en que sobreviven
los más discapacitados (Simon Pegg y
Nick Frost al frente), los que menos
se lo merecen. Si hubiese justicia en el mundo, esos seis ineptos habrían caído
como moscas. Los primeros. Al final sólo dos lo consiguen (o tres), pero eso no
quita para que uno se pregunte cómo unos peleles semejantes pueden aguantar
tanto tiempo. Ah, el instinto de supervivencia. Para
muchos una película de culto. Para mí no tanto, pero reconozco que tiene
momentos enormes, divertidos, delirantes, ingeniosos. Desde el punto de vista
técnico están esos dos travellings
matinales, por ejemplo. Desde el punto de vista del guión ese encuentro de los
seis con otros seis semejantes a ellos. O frases: la Iglesia de Inglaterra se une a otros grupos extremistas religiosos... Y
un pub inglés para archivar en la memoria:
el Winchestern Tavern. Son grandes
los ingleses y sus pubs. Lástima
la traducción al inglés del título original inglés: Shaun of the dead. Total:
llega un momento en la vida de todo hombre en el que ha de levantarse del
sillón y matar unos zombies.
Juan quería saber mi
opinión sobre esta película porque la tiene puesta en un altarcillo. Todo el
mundo ha visto El jovencito Frankenstein y a casi todo el mundo le gusta. Yo
soy una excepción y, mis reticencias hacia Mel
Brooks, tienen cierto fundamento: esos diálogos interminables, la falta de
ritmo, los zoom brutales sin venir a cuento, errores evidentes a la hora de
montar el material haciendo confusa la narración... Juan no me dijo mucho
de la película pero la película me dijo mucho de Juan. De su peculiar sentido del humor, de una cierta percepción de
la realidad. A
la muerte de su suegra, Vorobyaninov busca la silla en la que ella guardó las
joyas justo antes de que empezara la gloriosa Revolución. Pero también la
buscan un pope y un buscavidas. Tres estratos de la sociedad soviética. Se
basa en la novela de Ilf y Petrov, esos dos tipos que,
incomprensiblemente, lograron esquivar la censura soviética. Al parecer, cuando
satirizaban a burgueses, clero y vagabundos, las autoridades no percibían que,
lo que estaban criticando, realmente, era la demencial situación de Rusia.
Recomiendo leer a Ilf y Petrov, muy superiores a esta
adaptación. Así
son las cosas. ¿Comedia? No sé. -Los
rusos no hemos nacido para ser felices. Ahora
me voy a cantarle las cuarenta a Juan. Mecachis
en la mar.
Caracoles
(o el taco que cada uno diga en semejante situación). Lo
estaba viendo y pensaba que era casi (casi) tan bueno como el comienzo de The
Walking Dead. Cambia zombis por extraterrestres. Un universo que
recuerda, en gran medida, los escenarios de Terminator después de la
guerra contra las máquinas. La raza humana obligada a sobrevivir en guerrillas.
Luchando cada día contra Skitter y Mechs. Luchando cada día por armas y comida.
Y pensaba que sería una lástima que ocurriera lo mismo que con The
Walking Dead. Capítulo
piloto. Segunda parte. Caímos
rápida y aceleradamente en los clichés. Un grupillo que va por libre secuestra
a los protas de la serie convirtiéndolos en rehenes. Es decir: pasó lo de The
Walking Dead. Con más medios, más gente, más parafernalia. Pero, en el
fondo, un capítulo clon, poco imaginativo. De
todos modos hubo un gran momento: -¿Billy
va a vivir? Pum,
pum. Creo que eso compensó en gran medida un capítulo topicazo. Le
daremos un poco más de margen, claro. Pero creo que, a estas alturas, debería
entusiasmar más, definir mejor a los personajes: blanco, negro, asiático, las
rubias... Uf, uf.
The Killing se relaciona directamente con las novelas
de Kurt Wallander y la tradición de la novela nórdica de estos últimos años. No
es de extrañar, ya que se trata de un remake
de una serie danesa.
Les
gustan a los nórdicos esas tramas policiacas con ramificaciones, errores,
vueltas atrás, equivocaciones, pistas nuevas. Una forma de explorar la
sociedad. En The Killing aparece la política, los musulmanes, las reservas
indias (ay, ese casino), la mafia polaca, las corruptelas policiales, los servicios de introducción social, la
irrupción del FBI tras el terrorismo internacional... Rosie Larsen era una adolescente
explorando el mundo. Se mueve, vive, contacta con estos y aquellos y sus
huellas se dispersan. El
capítulo 11. Un capítulo alienado, rompiendo la narración, fuera de contexto.
Si fuese un anime podríamos decir que
es un OVA. La detective Linden y el detective Holder. Básicamente ellos dos
solos con una subtrama que no lo es. Pero que sirve para explorar quiénes son,
qué sienten, qué les preocupa. Una ruptura que destroza el ritmo, el suspense,
la historia principal. Y, sin embargo, un capítulo necesario, inteligente, una
puesta a punto anticlimática antes de lanzarse hacia el clímax final. Y
me sigue dando miedo Linden (Mireille
Enos). Esa forma de andar, los dos brazos abiertos, avanzando en paralelo,
balanceándolos adelante y atrás. Misteriosa, inescrutable. Rota por dentro,
dura por fuera. Intuitiva y sorprendente en sus decisiones. Joel Kinnaman, el actor sueco que
interpreta a Holder, también es buena elección. Encogido, frotándose la espalda
dolorida, ojos semicerrados, hecho polvo... Una gesticulación muy trabajada. Políticos,
la raza que juega tanto a ser Dios que acaban por creérselo. Por encima del
bien y del mal, por encima de la verdad. Construyendo su verdad. Como si nada,
absolutamente nada, pasara más allá de sus sobredimensionadas chorraditas. Hay
algunos comportamientos que no cuadran, barroca y retorcidamente impropios (muy
propio de los nórdicos), como la doble vida de la tía de Rosie. Pero hay
momentos extraordinariamente buenos, fuertes, intensos. Termina...
y no termina. ¿Habrá
segunda temporada? Por
mí no hay problema.
Decir
que una película de Jean-Pierre Jeunet
es rarita resulta una perogrullada. Pero no es fácil definirla en pocas
palabras.
Cine
cómico mudo sin ser mudo. Una sucesión de gags más o menos ocurrentes. También
un toque de Vive como quieras, por esa familia de extravagantes
chatarreros: Mamá Pan, Calculadora, Contorsionista, Talego, Chasquidos... Cada
uno con sus propias excéntricas habilidades. A
la mayoría le puede cansar. Creo que hay que adoptar una abierta disposición
para dejarse sorprender en cada escena, a ver qué nueva gansada se les ha
ocurrido esta vez. Algunas
son francamente buenas. Cada vez que pienso en la del fútbol me río sin poderlo
evitar. Partidos de liga francesa con un nuevo aliciente: hay una mina antipersona
enterrada en el campo. Delirante. De
fondo una crítica a los fabricantes de armas. Supongo que no viene mal en
Francia, probablemente la mayor culpable de las guerras que hay en el mundo.
Aunque más que una crítica, admitámoslo, es una mera excusa para desarrollar
las ocurrencias.
Son
80 minutos repletos de acción veloz y de chistes. Cuando no están enzarzados en
una original pelea, están diciendo tonterías. A veces ambas cosas a la vez.
-¿Cuál
es el plan? -Paso
número uno: rescataros. -¿Y
ahora? -Nunca
pensé que llegaría tan lejos. Po
sigue siendo Po: gordo, peludo, entrañable, bonachón. Mirando siempre el lado
bueno de las cosas. Un poquito irritado porque, ahora que se ha apuntado al
kung fu, le dicen que el kung fu ha muerto. Un malvado pavo real y su pólvora van
a ponerle fin. Po
soporta todo el peso. Apenas hay hueco para profundizar en los otros
personajes. No hay tiempo. Todo ocurre a velocidad de vértigo, sin pausa, sin
conceder respiro. Y con un nivel de detallismo casi exagerado. No sorprende
como hizo la primera y el guión es mucho más flojo. Pero Po sigue siendo Po. Conserva
la paz interior, Guerrero del Dragón. Y recuerda: si tú eres un oso panda y tu
padre es un ganso, es posible que tú seas adoptado. Ah,
la sabiduría oriental...
En
primer lugar porque tengo tanto derecho como cualquier otro a pasar por un
pedante. En
segundo lugar porque es verdad. Me gusta pillar esas cosas con doble o triple
vuelta de tirabuzón. Y, cuando no las pillo, me gusta saber que me estoy
perdiendo algo y que podría indagar sobre ello (o no). Pues
Raising
Hope no es humor inteligente y, sin embargo, hay pocas series con las
que me ría más. Raising Hope es humor directo, bruto, visceral. Guerra de escupitajos
contra una alpaca, intentar quitar las pilas a la bebé para que deje de llorar,
pringarse de yogur, descargas eléctricas, caídas, golpes, El Club de la Lucha,
alguna que otra vomitona y Shelley (Kate
Micucci), la de la guardería, que es un chiste en sí misma (graciosísima
siempre). O las letras de esas canciones, tan sutiles
como la del día de Acción de Gracias: Charlie
Sheen da gracias por sus fulanas. La
familia Chance (je, je) es una familia de perdedores. Pobres como ratillas. La
bisabuela tiene Alzheimer, la madre limpia retretes, el padre siega jardines,
el hijo limpia piscinas... Viven el día a día. Día tras día. Y,
un día, Jimmy, el hijo, sin saberlo, es seducido por una asesina en serie. Nueve
meses después la chica acaba en la silla eléctrica y a él le deja una bebita:
Hope. Hope Chance (je, je). Y
está Martha Plimpton. Tan crecidita como
en The
Good Wife pero tan zumbada como cuando hizo Los Goonies. Y
sí: mi casa es cualquier sitio en el que esté contigo.
La
primera parte de la película es bastante convencional. La familia (papá, mámá y
tres niños) se trasladan a una nueva casa. Al poco tiempo el niño mayor entra
en un coma que no es coma y una serie de entes que no deberían estar por allí
sí que están. Me
aburrí bastante porque me parecía lo de siempre. Entonces
entran los tres espiritistas en juego. Y, para empezar, son graciosos,
especialmente los dos varones, con sus celos profesionales. Comienza
el segundo tramo de la película y consiguen explicar algo que normalmente me
mosquea: por qué los espíritus no hacen lo que tienen que hacer en el minuto
uno y así se acaba la película. No lo explican para todas las películas. Pero
sí lo explican para la presente que, por otra parte, es lo que interesa. Una
explicación racional. Entiéndase por racional
simplemente verosimilitud. Y
ahí estamos, embarcados en el mundo de los espíritus entrelazado con el de
andar por casa, el de los vivos. Así
que me resultó más entretenidilla. Pero llega el final y, en mi opinión, lo
echan a perder para dejar la puerta abierta a una segunda parte o a doce partes
más. Al
margen: cuando ya había empezado la película entraron tres chicas que se
situaron varias filas por delante de mí. De pronto no estaban. Habían
desaparecido. Pensé que yo tenía alucinaciones o que eran tres espíritus que se
habían acercado a ver la película. ¿Estaré haciendo un viaje astral? ¿Lo están
haciendo ellas? Al
acabar la película las tres, encogidas en sus asientos, se desplegaron de nuevo
mostrando su presencia. Ellas salieron en silencio y despavoridas. Yo quedé
aliviado. Me
costó contenerme para no darles un grito cuando pasaron a mi lado.
Tenía
muchísimas ganas de ver esta película, pero 255 minutos (4 horas y cuarto)
exigen unas ciertas condiciones mentales y físicas, preparación y disposición
adecuada, un algo de esfuerzo y, desde luego, valor.
Finalmente
me puse a ello. Un culebrón decimonónico, un melodrama, un folletín a lo Dickens pero portugués, un novelón de Camilo Castelo Branco. Huérfanos,
adulterios, mujeres fatales, duelos, viajes, coincidencias extrañas...
desmayos. Al
principio el protagonista parece Joao, que es quien, ciertamente, cuenta la
historia. Pero luego las ramificaciones crecen y crecen: su madre, su padre, el
amante, el marido, el asesino, la criada, la querida... Todos con su
descabellada y asombrosa historia pasando a convertirse en protagonistas. Y,
en medio de todo ello, el padre Dinis, un sacerdote con un pasado (54 años que
nos remontan a la Revolución francesa y a Napoleón) tan turbulento y complejo,
que le hace estar en el centro de todo, con más ases en la manga que un
congreso de tahures. Un conocedor experimentado de la naturaleza humana aunque,
incluso para él, quedan algunas sorpresas. Raúl Ruiz no tiene muchos
medios para reconstruir grandes escenarios o secuencias de masas. Pero se las
apaña con una buena fotografía de interiores de época y un estilazo soberbio.
Abusa de esos travellings, tan
seguidos y persistentes, que pueden resultar fatigosos. Pero se le puede
disculpar porque son suaves, tranquilos y de una asombrosa elegancia. Eso
define a la película: elegancia. Elegancia y saudade. Esa particular morriña
portuguesa. Muy
bien utilizado el guiñol, el reflejo de la condición de los personajes,
marionetas que son traídas y llevadas por el destino. Todo ello para
desembocar, seguro, en que los humanos estamos llenos de... humanidad. Y
cuando acaba la película aún te preguntas: ¿qué pasa con la monja, la supuesta
hermana del padre Dinis? ¿Cuál sería su alucinante historia? Pero,
desde que el ángel de la inocencia nos abandonó, siempre es bueno que algo
quede en el misterio.
Lo
único que no me gusta de esta temporada es Rob
Lowe. No sé si es que está más desquiciado que los demás o es excesivamente
histriónico o es, simplemente, que la comedia no es para él. No encaja.
Los
demás tienen un sentido de la comedia. Un poco exagerados, un poco patéticos,
un poco encantadores. Cada uno, a su ridícula manera, encuentra la
manifestación adecuada a la forma de expresar el personaje. Me
encanta el matrimonio de April y Andy. Extraño, imposible, inesperado. Me
encanta la relación entre Leslie y Ben. Cómo ha ido evolucionando y la
situación tan comprometida en que se encuentra al terminar la temporada. Un cliffhanger de los buenos. Me
encanta Swanson, por supuesto. Conoce a sus empleados de un modo que no cabía
imaginarse. Los diálogos con April son fascinantes: -¿Tomaste
el nombre? -No
entendí bien el apellido. -¿Tomaste
su teléfono? -No. -Buena
chica. O
ese otro: -Es
una llamada personal. Sabes que jamás uso el teléfono para trabajar. Y
me encanta que aparezca Parker Posey
en uno de los episodios.
Como
siempre, lo importante no es qué cuentas sino cómo lo cuentas.
Y
Joe Wright lo cuenta bien. Rarito, sí. Puede gustar o no, pero es original. Es
una historia de espías. Pero se mezcla con la road movie, el viaje de iniciación, referencias metafóricas a los
cuentos de hadas y, a ratos, en las escenas de acción, hasta con el videoclip. Correctos
Eric Bana y Cate Blanchett. Impresionante, por supuesto, Saoirse Ronan. La chica sabe aportar ese toque extraño de dulzura y
salvajismo, vulnerabilidad y fuerza. Me
gustó la mezcolanza musical y los golpes de humor: el desayuno, el intento de
besarla... Inverosímiles son asuntos como el manejo del ordenador o la ausencia
de armas de fuego en algunas peleas. Pero estas son cosas casi inevitables en
una película de acción. Lo
curioso, lo que a mí me parece ver de fondo, es esa sociedad que nos pinta. Un
lugar en el que una niña asesina resulta estar más cuerda que todos los demás. Porque la familia con la que viaja Hanna es para echar de comer aparte. Matar
cara a cara.
El mago de Oz es una de esas películas que
deberíamos ver todos los meses desde que somos niños de 5 años hasta que
morimos niños a los 95. Hay que verla para recordar la unión de cabeza, corazón
y valor. Y que no olvidemos, en el largo viaje, quiénes somos y cuál es nuestro
destino.
Confieso
que yo no la veo todos los meses. Mea culpa.
Aunque sé que debería hacerlo. Se
pueden hacer tropecientas lecturas en cuanto al contenido y, probablemente,
cuando la vemos, cada 30 días, llegamos a algo distinto. Pero
eso es un caballo de diferente color. 1939.
Fue un gran año para el cine. Lo que el viento se llevó, La
diligencia, Caballero sin espada, Sólo los ángeles tienen alas, El
mago de Oz... Creo
que Víctor Fleming estuvo muy listo.
El color no necesitaba grandes defensores que le ayudaran a imponerse. Iba a
hacerlo más pronto o más tarde. Pero El mago de Oz fue, sin duda, una gran
impulsora. El comienzo en blanco y negro, la gris y polvorienta Kansas, se
rompe cuando Dorothy abre la puerta tras el tornado. Y el color irrumpe,
apabullante, saturando los sentidos. Quizá hoy día haya perdido algo de efecto.
Pero recuerda: estamos en 1939. Como
para derretirse, sí. -¡Me
derrito! ¡Me derrito!
Acababa
de leer un relato de Stevenson (El
ladrón de cadáveres) que narra la estrecha relación entre crimen y
medicina en Edimburgo allá por 1828. Robert
Knox, cirujano, compraba cadáveres frescos para sus clases. Burke y Hare le proporcionaban dichos suministros
médicos. Y, cuando no los tenían, los fabricaban. Investigando
sobre Knox, Burke y Hare, di con
esta película, una comedia macabra, con bastante humor negro y algunos graves
problemas de fondo. Está
Knox (Tom Wilkinson) que, casi
siempre, cree que la película es un drama. Están Burke (Simon Pegg) y Hare (Andy
Serkis) que, casi siempre, creen que la película es una comedia. Está Ginny
(Isla Fisher), la prostituta con
aspiraciones de actriz shakesperiana, que no sabe qué clase de película es. Y
está el hilo del relato, el narrador-verdugo, que, casi siempre, cree que la
película es realista o histórica. John Landis dejó de ser hace
tiempo un tipo capacitado para manejar todo ese tinglado. Así que, dejando al
margen algún que otro momento gracioso y luctuoso, el metraje se hace pesado,
arrítmico y, paradójicamente, pueril. Porque todas esas caricaturas de
personajes secundarios... Menos
mal que vivimos en tiempos ilustrados.
Una
vez más, ante una mala semana de cine, es momento de actualizarse con las cosas
que, al parecer, no llegarán a las pantallas españolas.
Quería
ver esta película porque trabaja Rupert
Grint y quería saber si hay vida más allá de Harry Potter, más allá de
Ron. Un
asesino (Bill Nighy) contratado para
matar a una ladrona, una ladrona (Emily
Blunt) contratada para robar un cuadro y un lavacoches (Rupert Grint) que aparece por ahí. Las
cosas se complican y el amor también. Previsible,
pero con ese humor inglés tan aparentemente soso y flemático que funciona por
antítesis. Tiene sus buenos momentos en los líos y es algo más torpe en el
desarrollo de las relaciones, más que nada por ser un cliché. Además
andan por ahí Ruper Everett, Eileen Atkins y Martin Freeman. No es una película en la que los actores puedan
lucirse (está concebida de un modo deliberadamente frío, inglés, flemático)
pero es un buen reparto y se deja querer.
Todo
está mal en esta serie. Empezando por el título. ¿Por qué no se titula
Carpathia?
Están
mal las tramas. Promesas de algo gordo que después no tiene ninguna
trascendencia (el terremoto-tormenta), discursos pretenciosos vacíos (el viaje
de Pak), derivaciones complejísimas para cosas sencillas (la llegada de una
nave para introducir a tan sólo dos personajes)... Están
mal esos personajes, clones de otras series, especialmente Battlestar Galactica: Julius
Berger, el científico/fanático/iluminado, igual a Gaius Baltar, el Presidente
igual a Roslin, Fleur igual a Starbuck, Cass igual a Jefe... Está
mal colocar capítulos embotellados, autoconclusivos, para que veamos que pueden
estirar lo que les dé la gana sin llegar a ninguna parte. Todo
está mal salvo el último capítulo. Lo que debería haber sido: tramas políticas,
amenazas a varias bandas, alianzas y traiciones inesperadas... La serie acaba
con un capítulo logradísimo y un cliffhanger
estupendo. Demasiado tarde. Para entonces, el público ha encontrado mejores
cosas que hacer, como tratar de encestar palomitas en una papelera. Me
encanta la ciencia-ficción. Pero en el capítulo 3 ya me habían perdido. Me ha
costado parte de mi ADN llegar al final.
Los
X-Men
han (re)vuelto otra vez. La historia empieza antes. Antes de las otras. Así
sabemos cómo se conocieron Charles Xavier, Magneto, Mística, Bestia y demás.
También,
gracias a la película, averiguaremos qué es lo que pasó, realmente, en la
crisis de los misiles de Cuba. Qué calladín se lo tenían. Supongo que el
siguiente paso será confirmar que fue Magneto quien mató a Kennedy con una bala que no necesitaba arma que la disparase. Sólo
una mente. Buena
dirección de Matthew Vaughn. Graciosa,
por supuesto, la breve aparición de Lobezno. Bonita
la escena del submarino volando. Por
lo demás todo es lo de siempre. La dialéctica entre los dos grupos de mutantes,
los que quieren imponerse a la raza humana y los que quieren integrarse. Sin
matices personales, sin profundidad en los personajes. En
definitiva: lo que uno espera de los X-Men. Me gustaría que, en una de
éstas, nos sorprendieran con algo más. Quizá menos personajes y más psicología
en los caracteres.
Se
conocen desde hace 15 años, tienen treinta y muchos o cuarenta y algo, son alegres,
despreocupados e irresponsables. Pasan juntos las vacaciones de verano. Algunos
hasta tienen hijos.
Pero
este verano, amigo, ha llegado el momento del bofetón de realidad. Dos
horas y media en las que no pasa mucho. Pasa la realidad, la insensatez, las
bromas divertidas, los cabreos tontos. Pero muy bien contado. Ves ese ejemplar
plano secuencia inicial y ya sabes que ahí hay trabajo esmerado. Divertida,
triste, desgarrada. Humor y tragedia latente se dan la mano. Dirigida con mucha
inteligencia, haciendo evolucionar a los personajes poco a poco. Muy graciosos
Max y Vero. Todos ellos viven al día, ignorando el daño que despliegan a su
alrededor. No
saben que son infelices. Todavía no. Pero
es el momento del bofetón de realidad.
Creo
que es muy meritorio el trabajo de los intérpretes de esta serie, sometidos a situaciones
extremas. Y no me refiero a la verbalización pornográfica y violenta, a los
gritos, bofetadas y empujones.
Me
refiero, y es solo un ejemplo, a Sophie, la niña de 16 años. Ese capítulo que
entra a saco. Primer plano. Llorando desquiciada, en el suelo, los cojines
revueltos, pañuelos de papel por todas partes. Tiene que sostener el llanto
durante varias tomas. Luego relajarse, pasar a contar un chiste sobre Harry
Potter, echar unas risas y vuelta a llorar. Y,
además, porque prueba la versatilidad de los actores. Jake me sonaba de algo.
Pensaba que lo había visto, qué se yo, de secundario en una peli de acción.
Hasta que me dijeron que era Will el de The Good Wife. O la propia Sophie.
Había tomas que me recordaban a algo. Hasta que me digné a ver los créditos y
descubrí que era Mia Wasikowska, la Alicia
en el País de las Maravillas de Tim
Burton. Intensa,
dura, a veces brutal. Porque, en el fondo, es el relato de una sociedad
corrompida y en proceso de descomposición. Sólo Gina se salva. Sólo
tengo una pega que ponerle: no es muy cinematográfica. Es teatro, básicamente.
Las sesiones de psiquiatra de 50 minutos teóricos se condensan en 23 y, en
ocasiones, tanta palabra, sin ayuda de flashback,
sin plasmación de recuerdos, sin ningún apoyo, incluso aburre pese a su
brevedad. Arriesgado. Entiendo
que sea muy minoritaria. Pero, con frecuencia, el esfuerzo queda recompensado.
Ni
veas películas que sabes que no son para ti. Otra
de esas películas de Catherine Hardwicke
que explora la adolescencia, principalmente la femenina. El descubrimiento del
mundo adulto. En quién puedes confiar y en quién no. Tus padres no son
perfectos y tienes que lidiar con eso. Me
gusta la estética gótica pero, uno de los problemas de que exista Tim Burton, es que nadie se le acerca.
Él tiene un universo propio. El de los demás, Catherine, chica, es postizo. Hay buenas ideas, una fotografía de
postal bonita y hasta esa banda sonora rock de la fiesta son admisibles y
originales. Pero... No
me atreví a cruzar el bosque de hembras treceañeras que rondaban la taquilla
mientras la peli tuvo cierto auge. Había también, siempre, alguna loba. Y, al
final, podía estar la abuelita de ojos, orejas y dientes grandes. A saber qué
podía pasarme. Así
que en un día de semana cualquiera, lluvioso, con tormenta, me atreví a ir con
mi cestita. La merienda no me pareció tan mala como esperaba pero tampoco llegó
a buena.