
Pero me llamó la atención por sus contrastes. Quedar preso en El pueblito no es para todo el mundo. En realidad, sólo unos pocos elegidos (por desgracia para ellos) pueden sobrevivir allí. La mayoría de nosotros, tú y yo, no pasaríamos de las primeras 12 horas. Tirando a ser optimista. Porque eso no es una cárcel. Es un Estado dentro del Estado gobernado por una jerarquía de mafias. La puñetera locura.
Así que, claro, hay escenas fuertes, torturas, unos malos tan desequilibrados como depravados y una corrupción que bordea lo surrealista. Y, en contraste, secuencias tan divertidas como ese plan rocambolesco de Gibson, imitando la voz de Clint Eastwood (perfecto) y enredando a Peter Stormare. Granadas y un paraguas. Graciosísimo.
Gran parte de la película es un documental sobre la vida en la prisión más demencial del mundo. Hasta que ves la que está liando nuestro protagonista y se desencadenan los tiroteos en cámara lenta.
Bastante entretenida.
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