Rosebud no explicaba al Ciudadano.
Sigue siendo solamente un Individuo.
Eso es lo bueno: es inagotable.
Como ocurre con todo el buen cine.
Como ocurre con la vida.
Crítica y opinión de cine y series.
Esta
peli tiene de todo: torturas, violaciones, canibalismo, mutilaciones,
martillazos en los genitales, decapitaciones, lluvias de puñaladas en el
interior de un coche...
Dos
horas y veinte. Para
que sepas cómo las gastan los coreanos. Un
asesino en serie comete el error de matar a la novia de un poli. Éste decide
hacer las cosas a su manera. Coloca un localizador al asesino y, a cada
fechoría, allí está el poli, presto para destrozarle algún miembro del cuerpo
que necesita. Pero a cada atrocidad del poli, el asesino sabe un poco más de él. Y,
el problema, es que está bien rodada. Quiero decir que no es como Saw.
No se limitan a poner una habitación mugrienta y mal iluminada (de paso
ahorraban en presupuesto). Saw, como muchos señalaron, era asco
y punto. Encontré al diablo es retorcida, sórdida y brutal, un viaje al
infierno para mostrar cómo un buen hombre se convierte en monstruo. Quiere
ser como Seven. No lo consigue, pero mejor tomarla a ella como modelo. Una
angustia. Perfecta
para celebrar un cumpleaños.
Esta
película la ve la Ministra de Sanidad y le da un infarto.
Con
lo tiquismiquis que es para la cosa del tabaco y el alcohol, o la ingresan o
queda vacunada para toda la vida. Yasujiro Ozu filma en color,
tonos pastel, suaves y cálidos. La película tiene abundantes toques de comedia.
En el fondo cuenta cómo el abuso del sake conduce a la soledad o, tal vez, la
soledad conduce al sake. No está claro cuál es la causa y la consecuencia.
Pero, aunque el tema sea triste, lo cierto es que la gente bebe y se agarra
unas curdas divertidísimas. Un
hombre viudo se debate entre retener a su hija a su lado o animarla a que se
case y viva su vida. Contemplando la vida de amigos suyos, se da cuenta de que
debe permitirla ir a su aire. Otro
de esos retratos de familia de extraordinaria verosimilitud y una mirada a la
vez tierna y frustrada sobre la humanidad. Tal vez sobre él mismo.
Sí.
Un capítulo piloto es poco para lanzar las campanas al vuelo. Pero,
al menos, voy a tocar un tañido. Es
la mejor serie quese ha estrenado esta
temporada. Al menos, el mejor piloto. No es sólo bueno. Es sensacional. Con el
espíritu de La princesa prometida y toda la carne que puedas poner en el
asador. Storybrooke,
ciudad de Maine, Estados Unidos, donde viven, malditos, todos los personajes de
los cuentos de hadas, sin saber que lo son. Todos excepto Henry, que a los 10
años sabe que es el nieto de Blancanieves. Adoptado por la bruja malvada
(perdón, la alcaldesa) descubre a su verdadera madre biológica, Emma Swan,
cazadora de fugitivos. No
sólo entrelaza maravillosamente los cuentos de hadas, sino que imbrica a estos
con el mundo del siglo XXI. La bruja (alcaldesa) ofreciendo un vaso de sidra a
Emma. Genial. Pero mejor algo más fuerte. Comedia, drama, fantasía... y unos
escenarios perfectamente logrados. En
fin. Que podré perderme otras series. Pero Once Upon a Time puede contar con mi
fidelidad. El ataúd de cristal no me hará vacilar. Y
saldrá Giancarlo Esposito:
periodista local y... ¡espejo mágico!
Me
he acordado bastante de Monsters. Otra película
independiente calificada de ciencia-ficción porque aparecían unos
extraterrestres cuando, en realidad, era una road movie romántica.
Otra Tierra tiene un planeta, espejo del nuestro, a
unos cuantos cientos de miles de kilómetros. Pero es un drama. Las
dos raritas, no lo voy a negar, y quizá por eso me gustan. Creo que buena parte
de los discursos de Otra Tierra habrían sonado a pretenciosos y pedantes de no ser
por la idea de la Tierra 2. Así, encajan bastante bien. Y
me gusta ese final, que nos deja con más preguntas que respuestas, pero que
responde la única cuestión importante: hay posibilidad de elegir. Supongo
que la esperanza está para usarla.
En
Hollywood han encontrado un nuevo género para ganar dinero: la crisis
económica.
El
reparto es un lujazo de viejas y nuevas glorias. Un Kevin Spacey recién salido del teatro, un Jeremy Irons recién salido del geriátrico, una Demi Moore recién salida del cirujano plástico, un Zachary Quinto recién salido del
armario... Es
posible que la peli sea buena. Pero no pude prestar la suficiente atención
debido a la espantosa y descuidada fotografía: esos brillos en las ventanas,
esa lámpara sobre la mesita, esa falta de nitidez en todas y cada una de las
escenas. No es cuestión de realismo: es una dirección de fotografía lamentable.
Cuando en vez de estar atento a lo que se cuenta, estás pendiente de averiguar
quién se sienta en el coche o en una silla, hay un grave problema. Me
quedo con Stanley Tucci y esa escena
del puente que construyó.
Hace
ya tiempo, Gloria me recomendó en un
comentario del blog esta película de Jean
Renoir. Hablábamos de Charles
Laughton. Al fin me puse con ella.
Renoir tiene habilidad
para crear personajes secundarios con unos pocos trazos. Y para detalles
graciosos como la rutina del desayuno o el cigarrillo del Mayor. Charles Laughton es un actor.
Mientras le veía, pensaba en Tom Cruise
o George Clooney, supuestos actores.
Me gustaría verles aquí, atreviéndose a interpretar el papel de un cobarde
enmadrado. Un cobarde que evoluciona y descubre el valor, pero un cobarde. Me
gustaría verles recitando esos discursos, largos discursos frente a una cámara
sin cortes. La
película se ambienta en algún lugar de Europa durante la ocupación nazi.
Cobardía y valor, colaboracionismo o resistencia. Pero el verdadero núcleo es
la educación. La cultura como arma frente a la tiranía, la formación como modo
de hacer frente a una sociedad corrompida. Porque sólo es posible ocupar a una
nación corrupta. Y,
por ello, las hojas que arrancamos de los libros, algún día las volveremos a
pegar.
No
tan bueno como el memorable piloto. Tampoco tan malo como me esperaba. No tan malo, quiero decir,
como los últimos capítulos de la primera temporada.
Gran
problema. Enorme problema. Problema gordo que alguien debería subsanar echando
a los zombis al productor, al guionista o, directamente, a los actores: la
subtrama de la infidelidad conyugal. Qué
plastas. Es
una ventaja más de poder descargarse los capítulos y darle a la tecla de avance
rápido. Los mismos diálogos, las mismas situaciones, las mismas miradas. Por
favor, please, en la primera temporada quedó todo claro... ¿y siguen
insistiendo? Normalmente,
una trama de infidelidad, es un elemento interesante que funciona como motor de
la acción, aumenta la complejidad de la narración, aporta motivaciones a los
personajes. Aquí, es como un mordisco baboso. Siete capítulos repetitivos en
que la cosa no va ningún sitio. Y dale que te pego. Como si le interesara a
alguien en mitad de todo el lío. ¿No
puede alguien matar a uno de los integrantes del trío? Ofrezco
una recompensa al zombi que lo haga.
Además
de Matt Damon y Marion Cotillard, que salen en todas las películas del último
lustro, están por ahí Gwyneth Paltrow,
Kate Winslet, Jude Law, Laurence Fishburne,
Bryan Cranston...
Y
dirige Soderbergh. Supongo
que por eso va la gente a verla. Por eso y por el engañoso subtítulo de que nada
se expande como el miedo o algo así. La parte del miedo viene a ocupar 10 o 15
minutos de todo el metraje y tampoco es para tanto. El resto es un documental
ficticio de cómo gestionar una epidemia a nivel global. Un tostón, vamos. Quiero
decir que, si esto lo dirige, qué se yo, el tío que hizo la de El
capitán Trueno, por decir algo, le habríamos comentado que vale tío,
mejor que la anterior, lo has intentado, está bastante bien. Pero
ni las historias personales ni el follón global llegan a interesar. Es
la historia del murciélago equivocado que se encontró con el cerdo equivocado. Para
hipocondríacos y paranoicos.
Todos
los directores del mundo, sin excepción, deberían aprender de Mike Leigh cómo se dirige a actores.
Es
el maestro indiscutible. Leigh no
necesita estrellas, guapitas, pimpollos. Sólo quiere rostros comunes y
corrientes. Porque va a hablarnos de la belleza o mezquindad interior, que poco
tiene que ver con el aspecto externo. Tom
y Gerry. Un matrimonio ya mayor que vive feliz, rodeados de amistades
profundamente infelices que no supieron conservar el matrimonio, que no
supieron compaginar trabajo y descanso, que no saben envejecer. Y, aunque Gerry
a veces se siente un poco culpable por ello, está dispuesta a conseguir que su
familia sea feliz. Qué
situaciones de tensión, qué celos, envidias, amores no correspondidos, heridos,
frustrados, desesperados. Qué sencillo todo. Otro año más. Pero qué perspicacia
en esos ademanes, gestos y miradas. Inmensa
Lesley Manville.
Esta
película de Yasujiro Ozu es del año
1941. Eso significa, en primer lugar, que la II Guerra Mundial no ha terminado
y, por tanto, uno de los grandes temas, la occidentalización de Japón, no está
tan presente como en otras películas posteriores.
En
segundo lugar, Ozu aún no ha
alcanzado el nivel de sutilidad al que llega en Cuentos de Tokio. Aquí es
más explícito. Cosa que depara una escena magistral e impactante que deja a
todo el mundo descolocado. Shojiro,
el hermano que ha estado fuera de casa durante un año, trabajando, regresa para
el aniversario de la muerte del padre. Y se entera de que el resto de los
hermanos no han tratado del todo bien a la madre y a la hermana soltera. La
reacción de Shojiro es directa y totalmente inesperada. Nada de reverencias y
diplomacias y suavidades. El tío dice las verdades como puños y se queda tan
ancho. Cada
vez que veo algo de Ozu entiendo por
qué es uno de los grandes y sigo sin entender cómo algo tan sencillo atrapa de
tal manera.
Creo
que el guión es excesivamente melodramático, pero también muy inteligente.
Porque quiere contar que el divorcio no es un problema de dos. Es un problema
para los hijos, para ambas familias, para toda la sociedad. La ruptura de una
unidad que repercute a escala global.
Es
melodramático porque la cantidad de acontecimientos lamentables que ocurren es
enorme. Es inteligente porque consigue colarnos toda esa enormidad con una precisión
lógica, inapelable, no contingente. Tenía que ser así. Cine
iraní. No sé si es que no han descubierto cómo iluminar bien las películas,
pero a mí, en cuanto empiezo a verlas, me entra la angustia. Ese realismo tan
real, ese mundo tan agobiante, en el que la población vive afligida desde la
cuna hasta la caja de pino, me da yuyu. Lo
de la mujer llamando por teléfono a la oficina de asuntos religiosos, para
averiguar si puede cambiar los pantalones orinados a un anciano con Alzheimer,
sería un chiste buenísimo en cualquier comedia de no ser porque es una trágica verdad.
Cosas como esa, tan de sentido común en nuestra civilización, te dejan tan
sacudido que no puedes hacer otra cosa sino sentirte agradecido por vivir donde
vives. Me
gustó el inicio (un plano fijo en el que queda expuesto toda la trama) y me
encantó ese plano de la hija, llorando por dentro, en el asiento trasero del
coche.
No
me convencieron mucho los primeros capítulos. Pero pronto, Hank, ese poli un
poco presuntuoso, un poco cascarrabias, un poco gordo, desde su silla de
ruedas, saca a pasear toda su genialidad, toda su deducción, toda su intuición
y a todo su cuñado.
Y
las cosas se desmadran, que es lo que esperábamos de Breaking Bad.
Los últimos capítulos se convierten en pura tensión. Hay un problema: sabemos
que Walter White tiene que vivir. Pero, pese a todo, los hilos se tejen con habilidad
y, oye, seguimos adelante con la locura. Lo
de Gus ajustándose la corbata después de la explosión de la bomba estaba de
más. Se pasaron. Varios pueblos. Me tronché. Pero fue demasiado. Y,
ahora, pues nada, supongo que habrá que intentar levantar el negocio. Otra
vez. La
tercera temporada, en su conjunto, sigue siendo la mejor.
He
aquí otra película de dibujos animados que no es en absoluto para niños.
Indefiniblemente
triste, lánguida, casi dolorosa. Personajes
ingenuos, sencillos, idealistas. Con síndrome de Peter Pan. Inadaptados.
Solitarios. Un mago que sabe que la magia no existe, un payaso triste, un
ventrílocuo que no tiene con quién hablar. Menos
mal que está el personaje de la chica, funcionando como antídoto, capaz de
descubrir, en el amor, la magia que su mentor no le ha podido mostrar. A
mucha gente le encanta Tati. Yo no
puedo con él. He visto, enteras, cosas suyas, pero me deja con una sensación de
desesperanza radical. No sé qué ve la gente en él. A sus películas las llaman
comedias, fíjate. Y Chomet, está
claro, es digno discípulo suyo. Una
película para ver, única y exclusivamente, cuando estés de subidón.
Lo
que dije de Resident Evil tengo que reiterarlo con Los tres mosqueteros: no
son buenas películas pero a mí me gustan. Así que tengo que achacárselo a Paul W. S. Anderson.
La
historia es la de siempre. Pero el tío mete por ahí una batalla de barcos
voladores y unas peleas a espada bien filmadas, suficientes para hacer que, una
historia manoseada, resulte otra vez entretenida. Peleas
bien filmadas: a la luz del día, nítidas, sin la cámara agitándose sin ton ni
son. A veces en cámara lenta para que veamos cómo ese tío sacude y corta con la
espada. Y Milady (Milla Jovovich) en
plan matrixero con modelito del XVII. Divertidísimo. Orlando Bloom es el Duque de
Buckingham, Christoph Waltz es
Richelieu, Logan Lerman es
D'Artagnan. No es que aporten mucho pero tienen carisma. Si
quieres pasar un buen rato (y olvidar enseguida) no está mal. Un juguete caro y
vistoso, como las joyas de la reina Ana.
Un
granjero de Iowa sigue una visión y una voz. Y construye un campo de béisbol en
su maizal para que jueguen los grandes jugadores ya fallecidos.
-Constrúyelo
y vendrá. Muchas
veces, dentro de una película, los personajes dialogan y comentan que su
película favorita es El padrino. He visto El
padrino y, por tanto, lo entiendo. Creo que la segunda película más
citada es Campo de sueños. No la había visto, así que, cuando oí citarla
por enésima vez, me puse a ello. Hay
un gran obstáculo: el béisbol. Ese deporte tan asumido por los americanos no
nos dice gran cosa por aquí. A mí no me dice nada. Pero
la peli es buena. Porque, béisbol a parte, habla de los sueños, de perseguir lo
que queremos, de vencer obstáculos, de pelear por lo que creemos que debe ser
hecho. Demasiado
sentimental, sobre todo al final. Pero en la línea de Frank Capra, con personajes sugerentes, un guión bien pensado, insólita
en muchos momentos. No es raro que en la tele aparezca James Stewart en El invisible Harvey o que se hagan
referencias a El mago de Oz. También se hace, por cierto, una referencia a El
padrino. Es una película fantasiosa, bonita, idealista. La cuestión es
que, pudiendo estar plagada de clichés, es original.
Lo
cual da una idea de lo distintos que somos de ellos. Gantz es uno de esos productos que sólo puede
salir de una mente oriental. Argumento:
gente que muere en un accidente es recuperada por Gantz, un tío que vive en una
bola negra. Gantz da un arma y un traje para luchar contra los marcianos que
invaden la tierra. Si
consigues 100 puntos vuelves a la vida o escoges devolver la vida a alguien. De
momento nadie lo ha conseguido. Pero no se pierde nada por probar. Me
ponen del hígado las historias en las que la gente, en vez de disparar al malo,
se quedan mirándole alelados. Y Gantz tiene demasiados de esos
momentos. Está
bien rodada y el comienzo es bastante inquietante: qué hace la gente en la
sala, qué pasa con Gantz, quién es el listillo que parece saber ya el juego.
Una vez definido el cuento y, pese a alguna que otra trama secundaria
interesante, la cosa se desboca a los efectos especiales y el pim-pam-pum
característico. Con katanas futuristas y toda la pesca. Digo:
se puede ser friqui, pero no tanto.
El
título inglés era Johhny English Reborn. Más que una traducción, en este caso
parece una mala lectura de alguien disléxico.
Sé
que hay mucha gente alérgica a Rowan
Atkinson y puedo entenderlo. Si tú eres uno de esos, abstente. Es más de lo
mismo: caretos y su gestualidad surrealista. Yo
le he ido cogiendo el puntillo y lamento decir que me hace gracia. Me declaro
culpable. Aunque también debo decir que me gustó más el primer Johnny
English: se olvidaban del argumento y se centraban en los gags, que es
su punto fuerte. Aquí construyen una historia coherente de espías. A Ethan
Hunt y su Misión: Imposible le habría encantado tener esta historia en
sus manos. Es igual de inverosímil pero tomándosela a coña. Como debe de ser. Y
me gustó que se atrevieran a realizar la última secuencia: ese placaje a esa
persona no tiene desperdicio. -Siempre
me has interesado... clínicamente.