
Es difícil escribirlos y, por eso, muchas veces no consiguen lo que quieren. A veces los capítulos son aburridos, o sin ritmo, o demasiado didácticos, o demasiado explícitos. Otras veces, como la veta amorosa es lo más fácil, recurre con demasiada frecuencia a los líos de pareja.
Pero cuando lo consigue, cuando alcanza el equilibrio, Doctor en Alaska logra capítulos insuperables: pura poesía destilada, sabiduría humana, manuales de antropología. Aparentes paletos que hablan de filosofía elevada, de cuántica, de Bergman y Fresas salvajes, del sentido atávico de la caza, de periodismo, de flautas, de infusiones de pelo de perro para la resaca, de lanzamientos de vacas con catapultas, rituales indios, gastronomía, hospitalidad, horticultura, democracia y elecciones... morir aplastado por un satélite. Hablan y... lo viven.
De algún modo me recuerdan a los personajes de Wim Wenders: completamente libres, conocedores de su extravagante destino y siguiéndolo.
-Buenos días, Cicely. Aquí, Chris por la mañana.
1 comentario:
Yo la abandoné a mitad de la tercera temporada, porque me empezó a parecer muy irregular. El punto de partida y la mayoría de capítulos de las dos primeras me parecen geniales.
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