Colin Firth, en todas sus películas, es un tío tan soso que roza la inanición. Sin hacer nada, absolutamente nada, se liga a Renée Zellwegger o, en este caso, a Aishwarya Rai, toda una Miss Mundo. ¿Alguien me puede decir qué tiene ese tipo que no tenga yo? Pues aquí es el comandante de una legión y cuando suelta el emotivo discurso final no sabía si echarme a llorar de vergüenza ajena o a troncharme de puro jolgorio. Al final opté por reírme, claro.
Aishwarya Rai es una doncella guerrera que ha salido de rebajas y se ha comprado pantalones de explorador en Coronel Tapiocca. Reparte estopa como nadie en escenas de peleas muy mal rodadas y montadas. Cómo una chavala nacida en el sur de la India llega a ser soldado del Emperador de Bizancio y guardaespaldas del Emperador de Roma, no nos lo explica la película. Habría sido demasiado para la cordura del espectador.
Total, que está tan cerca de la serie B y hay tal caradura en diálogos, trama y resolución de situaciones, que es como si te metieras en una máquina que te vuelve a hacer niño. De modo que, aunque la película no haya por dónde cogerla, ¿a quién no le gusta ser más joven?
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