12/7/07

Harry Potter y la Orden del Fénix

Cuando leí el libro y llegué a la batalla entre magos y mortífagos pensé inmediatamente: a ver cómo resuelven esto en la película.
Por muy increíble que nos parezcan las escenas de acción de Bruce Willis, Schwarzenneger o gente por el estilo, sabemos que si un coche se estrella contra un helicóptero vamos a ver una explosión de las buenas, que a un navajazo le sigue un chorro de sangre, a una explosión nuclear una ciudad devastada. Conocemos la causa y el efecto de modo que, aunque la secuencia sea una fantasmada le concedemos credibilidad.
Pero, ¿cuáles son las leyes de la magia? ¿Por qué una sucesión de rayos rojos y azules va seguida de un hombre volando por los aires, una desaparición, un dragón de fuego, un mar de agua? La batalla de magos está bien filmada y es bonita pero no sabemos si tenemos que ponernos en tensión: no hay drama, no hay credibilidad, no hay empatía. Ése es el problema fundamental de Harry Potter y la Orden del Fénix. También es un problema la cantidad de cosas que no se explican; pero se supone que la película va dirigida a quien ha leído el libro y es un interesado husmeador de los pasillos de Hogwarts.
Pese a ello, las dos horas y cuarto se pasan en un suspiro, es entretenida y mantiene el drama, la aventura, la acción, el humor... y el amor.
Me quedo con el personaje de Luna Lovegood, la friqui del colegio, divertida, entrañable, simpática, feliz. Y eso que se dejan tres cuartas partes de la personalidad que tenía en el libro.
La película, a veces, parece producida por el Foro de la Familia, la CONCAPA, y demás personal en contra de Educación para la Ciudadanía. Y eso tiene mucha gracia. E interés. Porque demuestra que Joanne K. Rowling tiene más neuronas aprovechables de lo que generalmente se le supone. Y es que el Ministerio de Magia quiere manipular la educación, mantener el poder y cambiar las asignaturas, con nuevos programas políticamente correctos (la estupidez infantiloide de la no violencia). Es una parodia, sí, pero llega un momento en que cada vez que ves a Dolores Umbridge estás viendo a Mercedes Cabrera. Con la ventaja, a favor de la película, de que Umbridge es graciosa y Cabrera no.
Le recomiendo la peli a la ministra. Aunque no la va a entender.

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