Todas
las películas de Wes Anderson son disparatadas. Además de ser
disparatadas pueden ser inteligentes o encantadoras o aburridas o interesantes.
Algunas sólo son disparates.
Isla de perros es su segunda película
de animación después de Fantástico Sr. Fox. Que era disparatada e inteligente porque se apoyaba en un relato
de Roald Dahl. Esperaba algo igual de bueno. O mejor. Porque se supone
que uno aprende de sus errores.
Isla de perros vuelve a ser una
decepción de Wes Anderson. Disparatada y nada más. Ocasionalmente
encantadora. Pero sólo ocasionalmente. Y sí, estéticamente conserva las pautas
de su director, pero puede ser cargante para muchos y, si en ocasiones esa
estética tiene mucho sentido, aquí tiene poco.
Hay
cierto deseo de homenajear el cine japonés del bushido, la wuxia, los samuráis…
Pero es algo caprichoso, impostado, anecdótico. No hay detrás verdadera
sustancia y alma.
Así
que, si la película no es especialmente graciosa ni especialmente profunda,
¿para qué público es? Para mí no, desde luego.
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