18/1/11

Las crónicas de Sarah Connor. Temporada 2

Que levante la mano quien no sepa lo que es un T-1000.
¿Nadie?
Obvio. Todos sabemos que un T-1000 es una clase de Terminator que entra como un elefante en una cacharrería. Sin reparar en efectos colaterales. Ni en gastos.
Por eso no me gustó que una T-1000 resultara ser una ejecutiva calculadora de una gran corporación (¡y mamá!). Aunque después resultó que la cosa tenía su razón de ser. Y una razón muy buena. No me gustaron esos capitulillos en los que Cameron tenía problemas mentales. Ese rollete de psicología femenina en una Terminatrix me pareció fuera de sitio. Pensé que iba a ser la primera Terminatrix con anorexia. Pese a todo, Cameron sigue siendo lo mejor. ¿No es encantadora cuando entra en las comisarías de policía (de México o Estados Unidos) destrozando lo que pilla a su paso, haciendo lo que mejor sabe hacer? ¿No es encantadora cuando encuentra al Terminator oculto tras una pared después de 80 años o cuando pelea con otra Terminatrix en un ascensor? No me gustó la tontería de Reese de mantener oculta a su novieta del futuro. No me gustó por supuesto, el niñato de John Connor, un adolescente consentido que se supone que es un líder porque pone carita de duro de vez en cuando (un gran error de casting, creo yo). No me gusta porque se supone que todos moriríamos por John Connor. Y no me gusta Sarah Connor porque no entusiasma. No está mal pero debería entusiasmar. No es, definitivamente, Linda Hamilton. Ella sí que los tenía bien puestos, sí que asustaba, sí que sabía ser dura. Si Linda Hamilton hubiese estado ahí, John no habría sido tan caprichoso.
Me gusta la paradoja temporal que organizan en el último momento y que nunca se resolverá porque la serie no seguirá adelante.
Lástima porque, con todas las cosas que no me gustaron, habría querido seguir inmerso en esta mitología robótica.

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