Robert Rodríguez intenta repetir el éxito que tuvo con Spy Kids, aquel divertimento simple y eficaz, pero se queda muy lejos de conseguirlo.
Hay mucha cinefilia detrás, referencias a Transformers, Big Fish, Viaje al centro de la Tierra, pelis medievales, futuristas y, quizá me paso especulando, pero me recordó en algunas cosas a Kill Bill (esa niña matona llamada Helvética Black).
Pero sobre todo, está esa estructura en episodios deconstruidos que siguen los anárquicos recuerdos del narrador: un chaval no muy metódico. Los capítulos vienen por este orden: 0, 2, 1, 4, 3, 5. Son cortos. Gags para contar historietas de un moco gigante o de unos cocodrilos escaladores. Lo que se dice gracia, me hicieron reír los ojipláticos.
Demasiada dinamita para tan poca mecha.
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