Lo que viene luego es su reinserción laboral, familiar y, sobre todo, con sus propios sentimientos. Que no caiga nunca en el sentimentalismo blando ni en la exageración del dolor es muy meritorio.
Se nota que dirige un escritor. Philippe Claudel no hace alardes de cámara ni de planificación. Pero cuida muchísimo el guión, los símbolos, las metáforas.
Y muy bien por Kristin Scott Thomas y Elsa Zylberstein. Las dos consiguen, a partes iguales, dejarte con la congoja en el cuello y con la esperanza a flor de piel. Hacía tiempo que no salía tan satisfecho de un drama.
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