Tiene secuencias potentes y tiene sorprendentes elipsis oportunas. Pero otras veces te deja el melodrama o el drama (difícil saberlo) ahí, sin más. Es una de esas películas en que el sentimentalismo y el drama están separados por un pelo.
Todo rueda tan fluido, tan normal que, cuando te quieres dar cuenta, la directora te ha agarrado las entrañas y te las está retorciendo. Y la gente en el cine venga a echar mano a los pañuelos.
A veces me recordaba la fuerza demoledora de Crash; otras a cualquier estupidez de las que últimamente hace Diane Keaton.
En fin, que el Dogma sigue siendo una cosa que no acabo de entender.
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