5/9/10

Nuestros semejantes los zombis

El otro día tuve un momento de sorprendente lucidez, una arrebatadora iluminación, un instante de claridad deslumbrante, una visión.
Comenzaban las fiestas de la ciudad y volvía del cine a casa en autobús. Desde esa panorámica que me brindaba el vehículo, podía ver a las masas desplazándose en una misma dirección. Decenas, centenares, millares de personas fluyendo y confluyendo como autómatas hacia las plazas. Todos con un vaso de medio litro de calimocho, con una botella de dos litros de calimocho, con una cantimplora de calimocho, con una mochila de calimocho, con carritos de compra con calimocho, con cubos de basura de calimocho, con las camisas, el cabello, los pantalones, empapados de calimocho.
Me sentí como si estuviese dentro de una película de zombis y me dispuse a convertir el autobús en una trinchera y resistir hasta el final. Y supe por qué abundan tanto las películas de zombis, por qué comercialmente funcionan tan bien, por qué gustan tanto. Desde que George A. Romero filmó en 1968 La noche de los muertos vivientes siempre vuelven de una manera u otra.
Porque nos identificamos con ellos, los perfectos consumistas. Nos movemos para engullir.

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