Rosebud no explicaba al Ciudadano.
Sigue siendo solamente un Individuo.
Eso es lo bueno: es inagotable.
Como ocurre con todo el buen cine.
Como ocurre con la vida.
Crítica y opinión de cine y series.
No
me gustan nada las cosas que hace Sofia
Coppola, así que no me preguntes por qué fui a ver esta película.
Sofia es hija de un
señor que se llama Francis Ford, de
modo que sabe dónde y cómo poner la cámara. Y es prima de un señor que se llama
Nicolas Cage, de modo que sabe lo
que es un mal actor y a quién no debe contratar. Eso debería ser mucho camino
ganado. Sofia debería hacer cine
comercial. Funcionaría. Sus pretensiones de hacer cine intelectualoide... En
fin, no da la talla. La
música. Ya sabemos que le gusta la música moderna. Pero para eso ya tengo a
Spotify y además elijo la que a mí me gusta, no la que le gusta a ella. Si
Sofia quería hacer una película
aburrida para contarnos lo aburrida que es la vida de un actor lo ha
conseguido. En
realidad lo había conseguido a los dos minutos y medio con ese Ferrari que da
vueltas y vueltas. ¿Pillas la metáfora? Sí,
tía, la he pillado hace un rato. ¿Ves
cómo no das la talla?
Reemplazó
a Héroes
de modo discreto. A mí acabó ganándome el terreno de lo gris. Un gobierno que
miente y actúa del mismo modo que ese grupo terrorista, Red Flag, que quiere mantenerse latente hasta su golpe definitivo.
Entre medias, muchos alphas confundidos que se sienten usados y manipulados.
Y
el equipo del doctor Rosen. Los únicos alphas con un mínimo de coordinación.
Mínimo, porque son anárquicos, indisciplinados, charlatanes... Cada uno a su
aire. Gary, supongo, es el preferido de todos. Un chico autista que no necesita
piratear redes porque él es la red: teléfonos, cámaras, wifi... Todo al alcance
de sus ojos. Bill, con sus aires de
superioridad porque ha sido entrenado por el FBI. Rachel, el laboratorio
andante más completo que uno pueda desear con sus sentidos amplificados;
cariñosa, también, y un poquito maternal. Nina, la mujer de la mirada convincente a la que no puedes decir que no,
con una mentalidad muy práctica de la vida. Y Cameron, puntería
y reflejos de absoluta precisión. Para
resaltar la normalidad de estos
superhéroes (cosa que lograron) se excedieron en sobriedad. Le falta
un hervor. Intensidad, fuerza, más garra. Humor, también. Aunque los casos se
resuelven con escenas de acción, estos superhéroes pasan mucho tiempo en su
despacho. Mi
momento favorito: Gary encuentra muerta a Anna. Y el orden por el que clama el
autismo salta por los aires. Aunque
no ha sido especialmente emocionante, me alegro de que la hayan renovado. Puede
evolucionar muy bien gracias a que se han tomado las cosas con calma.
Un
año más se celebra la Fiesta del Cine.
Sacas una entrada normal y luego, durante tres días, 26, 27 y 28 de septiembre,
puedes ir a las sesiones que quieras por sólo dos euros.
Chollo,
¿no? Después
de tres ediciones de esta Fiesta del Cine,
creo que va siendo hora de cambiarle el nombre por Fiesta del Espectador Ingenuo. Porque,
quiero decir, ¿hay alguna razón, una sola, para ir esta semana al cine? Está
claro que la Fiesta del Cine se organiza siempre en la semana con peores
estrenos del año. O una de las peores. Alguien nos ha visto cara de Forrest
Gump. Lo
malo, con todo, no es eso. Lo verdaderamente malo es que luego vendrán expertos
analistas haciendo interpretaciones erróneas: la gente no va al cine, la gente
se descarga las pelis, la gente no se gasta ni dos euros en ver cine excelente
porque ¡fíjate que hasta ponían el peliculón ganador del Festival de Cine de San
Sebastián, Los pasos dobles! Y
nadie dirá la verdad: las pelis de esta semana no tienen ningún interés. De
hecho, lo sorprendente es que esta semana vaya la gente al cine. Porque el cine
tiene gancho, atrae, es un espacio de relación social. Tal como yo lo veo, la
gente va al cine por muy malas que sean las pelis. Imagínate
el día en que proyecten las buenas.
La
otra serie que esperábamos con ganas. En
estos tiempos en los que se habla tanto de la necesidad de reducir
funcionarios, creo que la imagen que dan los Observadores no es buena. Quiero
decir que ahí tenemos a nuestro calvo favorito, nuestro consumidor de tabasco
por excelencia, decidido a no cumplir con su tarea, aquello por lo que
supuestamente le pagan. A
todo esto, ¿quién paga a los Observadores? ¿Está bien remunerado? ¿Tienen seguridad
social? ¿Cuántos días de vacaciones al año? Hubo un capítulo, hace ya mucho
tiempo, en el que vimos cómo aquel niño se incorporaba al cuerpo de
Observadores. Pareció que nos explicarían algo de este peculiar cuerpo de
funcionarios. Pero no hemos recibido más detalles. Confiaba
en encontrarme con un arranque más fuerte, un capítulo potente, uno de esos
originales con los que nos descolocaron con mucha frecuencia durante la
temporada 3. Han optado, esta vez, por la calma. Lo
mejor han sido los caretos del agente Lee al acceder al hangar de paso hacia el
universo paralelo. Y su desconcierto al ver a las dos Olivia Dunham. De
momento me siento incómodo. Porque ya no podemos confiar en la información que
teníamos de antes. De antes de que cambiara todo.
Enrique Urbizu tiene muchos
amigos entre los críticos. Y muchos amigos en el Festival de San Sebastián. El Malick español, película brutal, un thriller explosivo... Son algunos de los
piropos que le han dedicado. Muy
brutal no es. En realidad ni siquiera es visceral. A decir verdad ni siquiera
intensa. Bueno, para ser francos, es bastante aburrida. Como
thriller no funciona en absoluto. En
todo caso, alguien podría decir que es el retrato psicológico de un poli en
horas bajas. Pero, de esos, tú y yo ya hemos visto muchos y, oye, ni por asomo
se aproxima a lo que hacen las buenas pelis sobre el tema. Diálogos
elementales, personajes planos (salvo el de José Coronado), incongruencias de bulto, caprichos tontuelos con la
cámara... Total:
otra película española de otro tío hecho polvo. Le
doy un cinco porque estoy de buen humor y porque, por suerte, no leí otra
crítica exageradamente elogiosa.
Huevocartoon saltó a escena en
internet hace ya unos años. Hacían unos cortos absurdos y geniales. A destacar Brandy
Huevo Totote, esos huevos poetas (Qué
hermosa hueva, decían, qué hermosa hueva) y, no podía ser menos, la parodia
de Lost.
Ahora
vienen con un largometraje que hace bueno aquello de que menos es más. O, dicho
de otra manera, cuanto más largo, peor. Básicamente,
la gracia está en todas esas frases con doble sentido, aprovechando que
hablamos de huevos y pollos: Un espectáculo con
los huevos al aire. Para coger ese
camión vamos a necesitar muchos huevos. Los huevos se
hicieron para estar de dos en dos. Torpedos. Con tor
al principio. Están manejando el
camión los huevos. Pues que manejen con las manos. Nos venció un
pollo. Tiene muchos huevos. Houston. Tenemos un
pollo. El
argumento es irrelevante. También hay huevos de chocolate, de confites y de
otros tipos. Y, por supuesto, una loncha de tocino. Porque ¿qué son los huevos
sin tocino? Que
el colesterol nos acompañe.
Ya
lo sabíamos. Cada vez que habla Violet, la gran Condesa viuda de Grantham (Maggie Smith), el Imperio Británico se
hace un poquito más grande. Tan esnob, tan inoportuna, tan viperina, tan
divertida. Toda esa polisemia encierra cada una de las pedradas que salen de su
anciana boca.
Qué
máquina. Shakespeare reconcentrado,
tamizado y destilado. ¿Qué
puedo decir? Ha
vuelto Downton Abbey. El más excelso culebrón que hayamos visto en una
pantalla, el folletín de época que hay que ver con una copa de champán en la
mano. Y
todos nos alegramos por ello.
Para
muchos The Big Bang Theory es la comedia de científicos locos por
excelencia. Los 4 colegas friquis y la explosiva vecina rubia cuya inteligencia
alcanza a los colores para combinar la ropa. Bueno. Yo no pude con The
Big Bang Theory. La dejé hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy,
muy lejana. Eureka es otra cosa. Muy distinta en situaciones,
ambiente, desarrollo. Pero semejante en otras: científicos locos. La ciudad de
Eureka se ha ganado un poco de mi corazoncito. Porque no me importa su
liviandad, sus pequeñas tonterías marcianas. Y tampoco es quelos personajes sean la bomba. Pero son buena
gente, cada uno a su manera. Aquí el sentido común no lo pone la rubia tonta
sino un sheriff que trata de mantener el orden entre agujeros negros, viajes en
el tiempo y cucarachas robot. No
son grandes personajes pero todos tienen su encanto. Se dejan querer, si les
das tiempo. Desde Fargo, el director jovenzuelo de Global Dynamics (cómo ha
evolucionado, caray), hasta ese cocinero del Café Diem (el mejor gourmet del
mundo, porque la cocina es química y le daría mil vueltas a Ferrán Adriá), pasando por S.A.R.A.H. Muchos
más personajes, más interacción y una cuarta temporada, el viaje a Titán, que termina
con un cliffhanger maravilloso. Ligera,
tontuela, demasiado juguetona si quieres. Pero no he podido abandonarla. Y
cuando llegue la quinta temporada estaré ahí, esperando para saber, exactamente,
dónde fueron, en realidad, quienes se subieron al Astraeus. Ah.
Y sin risas enlatadas. Porque su humor es un poquito inteligente.
Pero
es Ghibli. De
verdad que estos tíos me asombran. Me asombran porque saben asombrarse y
transmitirlo. Asombrarse ante pequeños cosas, el movimiento de un insecto, una
gota de agua en una hoja. Son
alucinantes esos prados de flores, la habitación de Arrietty, la casa de
muñecas, las escenas de lluvia. La atención al detalle, el esmero por
descubrir, detrás de cada cosa existente, algo magnífico. Está
en la línea de Nicky, la aprendiz de bruja, del encanto infantil del descubrimiento
del mundo de Ponyo en el acantilado. Sin
embargo le falta algo a la historia, le falta la mano del maestro, la habilidad
para tocarte la fibra sensible, para meterse en las entrañas y hurgar en la
memoria, pero sin pasarse de sentimental. Pero
es Ghibli. Una incuestionable garantía de calidad. Y
los niños girándose en las butacas para decir: -Mira.
Hay un señor, allí sentado. Sí,
sí. Pero creo que veo más que vosotros.
Cataleya
(Cattleya): orquídea originaria de las zonas tropicales del sur y centro
América.
Cataleya:
niña colombiana que, con el transcurrir de los años, se convierte en asesina
para vengar la muerte de sus padres. Olivier Megaton dirige una
película cien por cien Jean-Luc Besson.
Es una nueva versión, una nueva perspectiva, del modelo de Nikita. Besson trabaja muy bien esas mezclas
picantes de violencia y ternura. Zoe Saldanha es Cataleya. Jordi Mollá, que sigue abriéndose paso
en Hollywood, es el malo. Los dos entregan una pelea extenuante que podría
haber estado muy bien de haberse filmado con un poco más de visibilidad. Sigue
estando a años luz de Leon, el profesional, el máximo
paradigma, hasta ahora, de ese cine a la vez descarnado y con corazoncito.
Porque los asesinos son, a veces, buena gente. A su manera. Me
pareció flojita. Demasiado flojita. Aunque tienes que tener en cuenta que estoy
en la resaca posterior a El árbol de la vida y, en estos momentos,
cualquier cosa parece una estupidez. Ahora,
perritos: -Comed.
En
este blog siempre pretendí hacer entradas cortas.
Pero
ante algo tan genial, tan descomunal, tan arrasador, tan radical a la hora de
transformar el lenguaje cinematográfico, habría que hacer una tesis doctoral.
Varias tesis doctorales. Así
que o me explayo o resumo mucho. En
una palabra. Amén.
O
alrededores. Tres
familias de colonos, bajo la guía del dudoso Meek, se han perdido. Buscan agua
desesperadamente. Sin
épica, sin ideaslismos, sin leyenda. La vida dura, áspera, despiadada, del
salvaje Oeste. La antiaventura llevada al extremo. La
película tiene un año (ganó el León de Oro en el Festival de Venecia) y no hay
perspectivas de que se estrene en España. Lo entiendo, en cierto modo. No sé
qué clase de público aceptaría este tipo de cine en el que un pañuelo llevado
por el viento se convierte en acontecimiento. Kelly Reichardt se la juega con una
historia sobre la esperanza y la desesperación. Una metáfora de la vida en la
que, la única opción, es seguir adelante y apostar con los ojos cerrados en quién confías,
a través de grandes silencios y de paisajes tristes y bellos. Y
el oro. El oro que no se puede beber.
Me
gustó mucho Los limoneros, así que tenía ganas de ver lo nuevo de Eran Riklis. Aunque se estrenó a
mediados de junio, llegó ahora a la ciudad.
El
viaje se inicia con cierta normalidad, sólo rota por el carácter huraño del
director de recursos humanos. Pero, a medida que la historia avanza, todo se
vuelve más y más absurdo. Sinceramente:
el engranaje de comedia y drama no funciona nada bien. Hay
algunos personajes atractivos, pero el hilo de la trama no termina de funcionar.
El guión se estanca a ratos, es lenta, vuelve a levantar el vuelo, tiene
elementos sugerentes, vuelve a caer... La
cónsul era la más graciosa, entusiasmada con el mero hecho de ver a un judío,
cargando ella misma con sus maletas. Lástima que aparezca poco. Lo del tanque
me parece excesivo, aunque tiene su carga metafórica. Así
es el mundo, el hermano mundo. ¿Cuándo me cansaré de ti? Cuando no coma pan en
Cuaresma, cuando el vino se aburra de mí. Vivir
y morir en Jerusalén. ¿Y
ser enterrado?
Dejó
atrás una cruz de plata. Y
un botón del abrigo. Marchlands.
La casa en que vivía. En la que sus padres y abuelos no sobrellevaron muy bien
su muerte en 1967. Marchlands.
La casa que, en 1987, fue ocupada por un matrimonio con sus dos hijos. La niña
pequeña ve a Alice, la niña muerta, y juega con ella. Marchlands.
La casa que, en 2010, pertenece a otro matrimonio que espera un bebé. Y la
futura madre empieza a percibir cosas extrañas. El
montaje cuenta alternativamente las tres historias. Pero algunos personajes
aparecen en varios momentos. Otra
de esas series británicas (5 capítulos) que aúna el perfecto ambiente de 3
épocas distintas, de 3 generaciones, de 3 comportamientos sociales. El fantasma
de Alice une todo ello. Como crónica de los cambios sociales (que es lo que la
serie es) creo que podría haber escogido otras opciones. Si metes un fantasma
debería haber más terror o, cuando menos, más sustos. Y
el fantasma de Alice, como todos los fantasmas, debería hacerse entender mejor.
Así, su madre no habría tardado 43 años en comprender lo que realmente pasó.
Porque era un niña buena y su muerte no tenía sentido. Askor. Vaya
palabrita para servir como pista.
La
película no llega a la hora y media por una buena razón: no tiene nada que
contar.
Mammuth
es un tipo bruto, elemental, cortito, buena gente. En la búsqueda de papeles
para la pensión de jubilación, recorre en moto los lugares por los que trabajó.
Hasta que el guión se cansa del proceso y entonces pasa a ser otra cosa. Encuentros
con gente estrambótica, personajes absurdos, cada uno más imposible que el
anterior. Ya
sabía yo que los franceses eran gente muy rara. Pero tanto, tanto... Con
tanto individuo ridículo, inevitablemente era necesario que hubiese algunos
momentos graciosos. La sobrina de Gerard
Depardieu, por ejemplo. Tan elemental como él, loquísima, artista (por llamarla de alguna manera)
incomprendida. Ahí tenemos una forma original de hacer un curriculum vitae. O ese momento en que Yolande Moreau descubre que le han robado el móvil y busca una
amiga, una bolsa, una pala y ácido, dispuesta a cargarse a la ladrona... Hasta
que, ya en ruta, descubren que no saben a dónde van. Una
road movie sin rumbo que va dando
tumbos por las cunetas.
Toda
esa parte que se desarrolla a mediados de los 60, en Berlín Este, me pareció
cine. Cine de verdad. Con todos los ingredientes de las pelis de espías,
narrado con lenguaje clásico, la psicología de los personajes definiéndose
escena a escena.
Esos
tres jóvenes y presuntuosos agentes del Mossad secuestran al doctor Vogel. Pero
el cirujano de Birkenau es demasiada mente para ellos y les dejará secuelas
para toda la vida. Luego
viene la parte de Israel-Ucrania a finales de los 90. Vete tú a saber por qué,
alguien tenía interés especial en que la peli durase menos de dos horas. La
cosa se muestra atropellada, confusa, deslavazada. Y es una pena porque es la
parte de Helen Mirren. Y
Sarah escribiendo un libro para contar la verdad. Lo que ella, pobre, cree que
es la verdad. El
conjunto me resultó satisfactorio, solidísimo en ocasiones, pero podía haber
sido muchísimo más de haber cuidado mejor la segunda parte.
Vive
en un barrio marginal de París. Sus padres tienen un bar y 10 habitaciones que
alquilan a inquilinos con tendencia a morir de cirrosis. Stella sabe demasiado
de la vida y poco del colegio.
Stella es un ejercicio de nostalgia setentera, un
viaje a la infancia de la directora para revisitar cómo un niña (tal vez la
propia Sylvie Verheyde, tal vez
cualquier niña) se convierte en adulta. Tierna,
conmovedora, triste, desgarrada. No
dice mucho, no cuenta mucho. Pero filmada casi siempre en primeros planos o
planos medios, los sentimientos van surgiendo a flor de piel. Lo que se intuye
es mucho más de lo que se ve. Me
encantaron los arrebatos de mala leche de la chavala. Qué bestia. Final
abierto, muy abierto. Demasiado abierto. De esas ocasiones en que uno se
plantea si sabían o no cómo acabar. Eso de aprovechar
la oportunidad suena como un cierre un poco caprichoso.
La
CIA, la antigua ex KGB, el MI6, el SD6, el Pacto, La Alianza, Profeta 5, APO,
La Fundación, los Seguidores de Rambaldi... Todas estas agencias y algunas más
tejen un juego geopolítico-mágico. Aunque las traiciones entre las agencias de
inteligencia son, en realidad, mentiras de familia. Deberían haber vendido un
GPS genealógico al comienzo de cada temporada. Irina Derevko es el eje. Su
marido, su amante, sus hermanas, sus hijas, su yerno, tejen una red de
traiciones y mentiras donde cada uno pertenece a un bando.
La
paranoia está muy bien. Alias agota casi por completo el
cine de espías, la combinatoria de posibles engaños: mujeres que engañan a
maridos, hermanas a hermanas, padres a hijos, madres a hijas... Después de Alias
apenas hay espacio para la sorpresa. Ahora
bien. Una cosa es la paranoia y otra el paroxismo. En este intento de
sorprender al espectador, capítulo tras capítulo, en una nueva revelación
imposible, Alias acaba por resultar predecible y, en cuanto Vaughn se
casa, empezamos a buscarle tics a la esposa para ver si es una traidora (como
así resulta: ¡sí, lo adivine!). Y cuando matan a Vaughn con una granizada de
tiros a la que nadie puede sobrevivir, sabemos que él sigue vivito y coleando
en alguna parte (¡sí, qué listo soy, qué astucia la mía!). En
fin, creo que en las últimas temporadas se pasaron varios pueblos. Puñeta: si
es que hasta salían zombis. En un capítulo se abalanzaban sobre Nadia, Sidney
tenía que abandonarla bajo un montonín de muertos vivientes, Irina decía que
seguro que salía adelante, tú te quedabas flipando, con el convencimiento de
que era tan imposible como cierto y, al siguiente capítulo, allí estaba Nadia
(Servicios Secretos Argentinos, CIA), chica fuerte, corriendo por las calles de
Rusia, huyendo de centenares de zombis y dejándose capturar por un mercenario a
las órdenes de su malvada tía, Elena Derevko (KGB, El Pacto), lista para ser
rescatada por su madre Irina (KGB, Profeta 5), su padre Arvin Sloane (CIA, SD6,
La Alianza, ONU, APO, El Pacto, Profeta 5), su padrastro Jack Bristow (CIA,
APO), su hermanastra Sidney (SD6, CIA, APO) y lista para ser resecuestrada por
su otra tía Katya Derevko (KGB, El Pacto), los Seguidores de Rambaldi, La
Fundación, su propio padre o su propia madre. Por
no hablar del momento en que Sidney da a luz un bebé, acompañada de su padre
(CIA) y de su madre (KGB), mientras se atacan y mientras les atacan, todo a la
vez. Por
cierto, me gustó eso de aprovechar el embarazo real de la protagonista e
insertarlo en la trama de la última temporada. Otra
serie basada en hechos reales.
Una
cosa tan evidente como la existencia de los milagros es, sin embargo,
cuestionada por muchos. Hay gente que sigue buscando explicaciones racionales a
sucesos que no las tienen. Que España ganase un Mundial de fútbol, por ejemplo.
O
Los
mercenarios. Que
se haga una película como Los mercenarios, con un héroe de
acción de 64 años, que la gente vaya a verla, que triunfe en taquilla y que se
prepare una segunda parte, es racionalmente inconcebible. Uno puede buscar
explicaciones (campaña de publicidad, reparto implicado...) pero no nos
engañemos. Quien piensa así es un fundamentalista lógico. El
notición es que, en Los mercenarios 2, intervendrán Jean-Claude Van Damme (51 años) y Chuck Norris (¡71 años!). Imagino
que, junto a las cámaras y los focos, tendrán en el plató una unidad entera de
cuidados intensivos.
Probablemente
la serie más perturbada de la televisión.
En
el Valle de San Fernando, no se sabe por qué, aparecieron de pronto zombis,
vampiros y hombres lobo. Los agentes de una comisaría tratan de controlar el
cotarro. Admito
que puede tener su gracia y su carga crítica contra el mundo de Hollywood. Me
gustó especialmente el meneo que le dan a Glee (odio esa **** serie). La
cuestión es que, después de ver los 20 minutos del episodio piloto, ya está
todo contado. Reventar cabezas con bates, atravesar vampiros con estacas,
sangre salpicando a la cámara... Supongo que hacer una serie así tiene como
único objetivo el que, una vez a la semana, la gente pueda desahogarse, poniéndose
en la piel de los polis y dar rienda suelta a los deseos de sacudir a alguien. Mejor
que un partido de fútbol, creo. Pero dudo que puedan sacar algo más. Una mezcla
imposible entre The Shield, True Blood y The Office. Con
la ventaja, eso sí, de que los polis no tienen restricciones a la hora de hacer
uso de la violencia. -Si
corren tanto como ese, los dejamos marchar.
No
hace falta que te diga que Jim Jarmusch
es un cineasta peculiar.
Con
frecuencia demasiado peculiar. Ahora
bien, el tío tiene su gracia cuando quiere. Un colmillito venenoso y otro
socarrón. Extraños en el paraíso puede ser muy
divertida si la miras con los ojos adecuados, si no te asustas por esa forma
tan extraña de concebir cada plano, encerrados entre dos planos negros, como si
te dejara tiempo para reflexionar sobre lo que has visto o para tratar de
anticipar lo que vendrá. Eva,
Willie y Eddie. Un trío que conforma una relación que no lo es.
Distanciamiento, aproximación, desajuste. Tres tiempos bien divididos en los
que, lo que llegaremos a averiguar de ellos será más bien poco. Pero con escenas
tan divertidas como la del cine, la del friqui de la playa o la de la tía
despidiéndose de ellos antes de irse a Florida. Florida,
el paraíso. Pero
el paraíso está en horas bajas y los caminos de Eva, Willie y Eddie van a tomar
un rumbo inesperado. No
es la vida. Es
Jim Jarmusch.
Cuando
uno deja de distinguir entre realidad y ficción, se acostumbra a creer que las
invasiones alienígenas son tan cotidianas como coger el autobús.
Pero
si esa invasión alienígena ocurre en el XIX, en el Oeste, entonces, para
muchos, la cosa ya no está bien. Las invasiones alienígenas tienen que ocurrir
aquí y ahora, en Los Ángeles o New York. Tienen que dejar una carnicería en
Central Park y desplazar destacamentos militares por el Área 51. Los que
piensan así, ponen reparos si las invasiones alienígenas se salen de ese marco. No
es que Cowboys y aliens sea el no va más dentro del género de la
ciencia-ficción, pero he visto cosas muchísimo peores últimamente. Y
no me hagas dar títulos. Está
bien. Ya que insistes, los daré: Skyline, Falling Skies, Invasión
a la Tierra... Hayun buen reparto que crea personajes
interesantes. Un malvado Harrison Ford,
un más malvado y desagradable Paul Dano,
una Olivia Wilde que es la
prostituta del saloon y que sabe
mucho más de lo que cuenta, un divertido Walton
Goggins, un Sam Rockwell en plan
James Stewart en El
hombre que mató a Líberty Valance, un Daniel Craig en su papel... Obviamente,
y como su título indica, es una peli muy marciana. Asumido eso, se deja ver con
facilidad y hasta resulta entretenida. Ahora
bien. Con lo bien que funcionaba como Western, ¿era necesario meter aliens?
Alguien pensó que sí. No le ha salido bien del todo pero, francamente, después
de lo visto y leído, podía haber sido mucho peor.
Siempre
he tenido prejuicios contra esta clase de dibujos: Los Simpson, Bob
Esponja... En general contra casi todas las series animadas.
Es
un requisito (y el gran problema) de toda serie animada: la rapidez en la
ejecución, los trazos simples, la ausencia de trabajo. Falta en ellos esfuerzo,
meterse en faena, sudor. Falta tensión artística. Sé que es una necesidad
porque hay que producir de hoy para mañana. Pero eso no significa que esté
bien. Eso significa que se busca la comercialidad con el mínimo esfuerzo. Las
antípodas del Arte. Es
una manía mía, qué le vamos a hacer. Por
eso agradezco cuando veo una serie animada un poco mejor hecha que las demás. Phineas y Ferb no lo está. Se llena de ritmo, de persecuciones
alocadas, huidas, secuestros, nuevas fugas. Y es un problema sobre otro
problema. No hay tiempo para asimilar sus referencias cinéfilas, sus filosofías
de cambiar cromos de Sartre por Kierkegaard, sus alusiones a Georgia O'Keeffe. Cosas que, por otra
parte, los niños no pillan. Alguna
frase divertida hay: -Soy
una mente científica. Eso dice mi horóscopo. Ser
adulto, dice Candace, sólo puntúa con un 3. Como
la peli.
John
Taylor acaba de robar 300.000 dólares. Busca refugio, con mentiras, en una
casa. Pero es la casa más inapropiada que podía elegir. Porque allí vive
Warwick Wilson. Y Warwick Wilson no es lo que parece.
Nick Tomnay es uno de esos
tipos que sabe colocar las cosas. El
montaje, la edición, como se le quiere llamar, es un elemento pocas veces
valorado y, a menudo, decisivo. Cuando
tienes a alguien que sabe que esta escena va aquí y esta otra allá, cuando sabe
el momento justo en que debe empezar, acabar e introducir un nuevo elemento, la
película sube muchos puntos. No
había ido a verla hasta ahora porque el tráiler me pareció pésimo, no invitaba
a un visionado. Pero, sorpresa, El perfecto anfitrión está muy por
encima de lo esperado. Con una coincidencia descabellada, es verdad. Eso sí se
le puede reprochar. Pero conseguir que hasta eso resulte verosímil o, por lo
menos, admisible... Muchas
veces me recordaba a La huella. Otras muchas a Hard
Candy. Psicosis, en cierto modo. A caballo entre unas y otras, te sumerge en
un duelo onírico, en una casa donde la tensión y el desconcierto se reparten de
modos iguales. La
misma historia de siempre. Pero contada de modo originalísimo. Atrévete.
Acepta la invitación a cenar. Sólo
un consejo: no pidas vino tinto.