Nostálgica a tope.
Y también un poco casposa, la verdad. Freixas tiene unas intenciones buenísimas. La película es el vehículo para dar salida a una emoción que le corroe. Está muy bien el diseño de producción para ambientar ese mundo ochentero. Le falta un poco más de audacia, un poco más de fuerza. Lo del viaje en la actualidad está demasiado forzado y acaba por ser increíble. Y cuando toca ponerse sentimental no tiene límite.
Pero pese a todo, si estás en los 30 te lo pasarás bien identificando esos magnetófonos, esos paracaídas de plasticuchi, los patéticos bañadores y una luna llena que, digan lo que quieran, no es como la de ahora.
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