Narcotraficantes, drogatas, guardaespaldas, asesinos, ladrones, policías, estibadores portuarios, prostitutas, inmigrantes, profesores, alumnos, políticos, periodistas, jueces, fiscales, abogados, sin techo, clérigos...
Americanos: polacos, griegos, negros, blanquitos, italianos, rusos...
Baltimore.
El género policiaco, en literatura o cine, siempre ha tenido gran fuerza. Permite crear, fácilmente, ritmo, tensión. Y plantear cuestiones acerca de la muerte y la vida, la corrupción y la redención. Esa es la ventaja de The Wire sobre Treme. La vida de una ciudad no es lo mismo colocando en el centro a unos policías o a unos músicos.
Los guiones están muy logrados. Una serie narrativamente casi impecable. Desde el punto de vista visual no aporta gran cosa: realismo sucio, tiempo continuado... Supongo que ambas cosas guardan relación. Capítulos tan complejos no deberían ser dirigidos por 16 personas diferentes. No se atreven a salirse del guión (porque no conocen lo anterior, porque deben mantener un estilo) y filman sin originalidad alguna. Pero el cine no es literatura.
En cualquier caso hay que descubrirse la cabeza ante la ambición de la propuesta. La temporada más floja, en mi opinión, fue la de los estibadores portuarios, pero se lo perdono porque Amy Ryan se convirtió en una de las protagonistas. La mejor temporada es la última. Esos asesinatos que fabrica McNulty organizan un terremoto de consecuencias impredecibles. Ayuntamiento, periódico y policía se ven desbordados por un asesino en serie... que no existe.
Y personajes inolvidables: Stringer Bell (el narcotraficante con carrera de Económicas), Bubbles (el vagabundo), Omar Little (qué gran ladrón y asesino), Lester Freeman (el detective que fabricaba casitas de muñecas), Pryzbylewski, Avon Barksdale, Kima, la terrible Felicia Snoop...
No es la reina de las series que muchos dicen (el cine no es literatura) pero, indublemente, tiene una gran categoría.