Seré claro desde el
primer momento para que luego no me demandes por daños neurológicos
irreversibles. La peli es un cóctel entre Buñuel y Tintín, entre Dalí y el Gordo
y el Flaco, entre el surrealismo y el cómic chusco. Y puntualmente gore.
Hace un par de años comencé
a ver la serie P’tit Quinquin
en francés. No la encontré de ninguna otra manera. Sin subtítulos. Pero el
acento y la pronunciación se me escapaban casi por completo. Sospecho que
también había muchos localismos. Entendía una palabra de cada dos. La abandoné,
pero me pareció sugerente.
Ahora Bruno Dumont
estrenaba peli, así que no podía dejarla pasar. Es una de las cosas más
absurdas y extravagantes a la que te puedes enfrentar. Puede maravillarte o
puede repelerte. Las situaciones están llenas de excentricidades y los
personajes llevan el histrionismo al más alto nivel. Ver ahí a Juliette
Binoche y Valeria Bruni Tedeschi, pasadísimas de vueltas,
desconcierta aún más.
1910, verano, un pueblo
en la costa. Pescadores de mejillones, la aristocracia en sus casas de
descanso, turistas que desaparecen, la policía… y canibalismo. Y la aristócrata
adolescente y travesti Billie (¿o es el adolescente?) se enamora del pescador
de mejillones Ma Loute. Una visión distorsionada de un mundo excéntrico, una
visión retorcida del ser humano, una rareza extremada.
Sólo si te va ese
surrealismo de historias y comportamientos sin sentido.
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