Ya está el lío montado.
Boyd tiene sus propios problemas para vender oxicodina. Y Ellen May, la prostituta más cortita del mundo, colocada, dispara al juez que, chico juguetón, se había disfrazado de oso.
Harlan es surrealista. Pero narrado todo de una forma tan realista que sabes que tiene que ser exactamente así: surrealista.
Un lugar en el que los criminales citan la Biblia, a Asimov y a Keynes. Y, después, por no escoger bien las palabras, se cargan a un tipo sin querer.
Harlan. Surrealista. Como tiene que ser.
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