Esta película, por supuesto, hoy día no
asusta a nadie, supongo. Pero ahí estaba, el mito del vampiro, la base sobre la
que se elevan decenas de películas con sus múltiples variantes.
El sentido cinematográfico de Murnau
era apabullante. No logra escapar, aún, a todos los tics del teatro, pero
planifica cosas que muestran su voluntad para crear el lenguaje del cine: esa
sombra del vampiro en el rellano, el contrapicado del camarote del barco, los
juegos de claroscuros, dejar en fuera de campo elementos que normalmente
aparecerían centrados en pantalla, el modo de presentar el rostro y las manos
de Nosferatu, la celda del discípulo loco, la calle con el desfile de ataúdes,
los tímidos efectos especiales de invisibilidad y movimiento telequinético de
objetos…
Que sea una película muda juega mucho a su
favor. Aumenta la sensación de misterio e incertidumbre. Aquí Murnau no
era del todo consciente de su fuerza o, de otro modo, habría eliminado muchos
insertos de texto para incrementar el desasosiego.
Siempre he pensado que es una de las
películas más apropiadas para iniciarse con el cine mudo. Dejando al margen a Chaplin, claro.
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