29/1/08

Hacia rutas salvajes

Sean Penn y un servidor solemos tener problemas. No nos entendemos. A veces sí, cuando logra expresar justo lo que quiere expresar. La sencillez de Yo soy Sam o la mirada asesina de Mystic River.
Pero cuando se pone didáctico y quiere que compartamos su idealismo que es ideología, las ideas se comen a los personajes. Y entonces me deja indiferente.
El protagonista de El asesinato de Richard Nixon, por ejemplo. Es un individuo tan colgado, tan voluntariamente apartado del mundo, tan desconectado de la realidad, que no consigue empatía en ningún momento. ¿Que lo fríen a balazos? Pues muy bien. Era lo previsible.
Con Hacia rutas salvajes me pasa lo mismo. Desprenderse de todo e irse a Alaska a comer lo que dé el campo. A todos se nos ha ocurrido hacer algo así. No lo hacemos porque no somos tan egoístas, porque sabemos que el problema no es la sociedad sino nosotros y porque, en el fondo, sabemos que la felicidad sólo se consigue compartiéndola con alguien. El prota tarda mucho en darse cuenta de algo tan sencillo. En realidad, tarda demasiado.
Así qué, ¿cómo quiere que simpatice con él o que le comprenda? Preferiría saber la historia de sus padres y su hermana. Eso sí que prometía.
Si sospechas con miedo que esta película se parece mucho a Una historia verdadera diré que tienes razón. Si no eres cinéfilo... ¡huye!

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