16/11/07

De guante blanco

Sospecho que a todos, en un momento u otro, nos habría gustado, nos gusta, nos gustaría, vestir así: de guante blanco. Robar al rico para dárselo a los pobres, robar al rico para hacer justicia, robar al rico para compensar lo poco que tenemos, robar al rico porque nos mola, robar al rico para probar que somos capaces de sortear todos esos carísimos sistemas de seguridad que valen más que la obra de arte que custodian, robar al rico para pasárnolo bien, robar al rico. Además, el rico, además de rico, tiene que ser capullo porque, de otro modo, encontramos ciertos reparos morales. Un plan brillante es el atraco a un banco. ¿Puede haber institución más depravada y despreciable, entidad que se merezca un atraco con tanta razón? ¡Sí! Un banco de diamantes. Porque los bancos de diamantes están colaborando en la esclavitud, la venta de armas y desastres ecológicos de África. Así que ya está: en cuanto te enteras de que Michael Caine y Demi Moore van a atracar un banco de diamantes vas a verlos. No hace falta más justificación. Pues Un plan brillante se dedica a eso: a justificarlo. La película se emplea en ello con tanto ahínco que al final da igual el plan, lo que roban, el banco y hasta las motivaciones. Y la cosa es que incluso es muy posible que los diálogos y las ideas de fondo, sean interesantes; pero entonces habría que avisar con un cartel que esto no es una peli de atracos sino un drama acerca del sentido de la culpa, de la moralidad y de lo bien que te puedes organizar la jubilación si tienes unos diamantitos por ahí guardados. Haciendo tareas de ONG y todo por la cosa de tranquilizar la conciencia. Un amigo mío se llevaba todos los albornoces y vajillas que podía cada vez que un banco le ofrecía domiciliar su nómina. Jamás me pareció reprochable.

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