No
es una peli excesivamente original. Sin duda recuerda a La novia cadáver y a ese relato mágico sobre el Día de Muertos
de México que escribió Ray Bradbury.
Pero
aun sin ser original, Pixar demuestra un pulso excelente para crear un universo
asombroso, para que sigamos a ese niño mexicano, Miguel Rivera, en su viaje de
autodescubrimiento. Es un conocerse a sí mismo al que llegara tras conocer a su
familia, los miembros vivos y muertos, su historia, sus ancestros. Es una
historia sobre la conexión con el pasado. Nadie está aquí por azar. Todos somos
parte de una herencia, de una tradición, de una memoria. Y la muerte no es una
ruptura total, es otro modo de unir lazos inextricables.
Podría
parecer que el título adecuado debió ser Miguel.
Pero Coco, la bisabuela con alzheimer, sentada en su silla, aparentemente
inoperante, es un nexo fundamental. El giro final de la historia lo pone de
manifiesto y adquiere desde allí su verdadera relevancia.
Echo
en falta un poco más de profundidad en algunos caracteres, pero es un defecto
menor en comparación con los grandes aciertos de esta película. Esta vez Pixar
casi toca de nuevo la cima. No es de las grandes pero le falta muy poquito.
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