Dolus,
en latín, significa engaño o artimaña. En derecho es la voluntad
de cometer un delito para causar daño. En la película es un coche
con nombre apropiado.
El
Dolus es a prueba de golpes, balas, está insonorizado, tiene
inhibidor de frecuencias… Un ladronzuelo se cuela en un Dolus… y
ya no puede salir.
El
coche viene a ser una cámara de tortura, el preso es Bill
Skarsgard, el torturador invisible (gran parte del tiempo) y
dueño del coche es Anthony Hopkins.
La
trama alterna tortura y conversación. Torturas: aire acondicionado a
tope, calefacción a tope, música a todo volumen, restricción de
agua, comida y sueño… Conversaciones: privilegios, victimismo,
justicia, moral, contrato social, responsabilidad,… Hablan de
Crimen y castigo, El señor de los anillos…
Está
claro, tal vez demasiado claro, que el director quiere ofrecernos una
reflexión ética y social y, para hacerla amena, crea un ejercicio
de tensión. En mi opinión fracasa en ambas cosas.
Las
consideraciones éticas son básicas, elementales. No van más allá
de lo obvio. El estilismo de tensión funciona unos ratos sí y otros
no.
Hay
momentos muy brutos, muy dementes, muy perturbadores. Hay secuencias
que enganchan y a ratos resulta atractiva. Globalmente es una
película dispersa, parcialmente cansina, con huecos que no sabe cómo
llenar y, sobre todo, con situaciones inverosímiles que no se
sostienen.